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CEMENTERIO DE CEMENTO - MIGUEL ÁNGEL SÁENZ
El funcionario y escritor Miguel Ángel Sáenz de Miera, durante la entrevista con el DIARIO. / JAVIER GANIVET

JOSÉ LUIS CÁMARA | Santa Cruz de Tenerife

Pasaba el mediodía del 26 de julio de 1991. Juan Redondo y José Tarrío, dos presos considerados “muy peligrosos” secuestran a 17 personas en la cafetería del centro penitenciario Tenerife II. Era el quinto motín en las cárceles españolas en los últimos 15 días, los más cruentos desde que se instauró la democracia en nuestro país.

Tras diecinueve horas de miedo e incertidumbre, los responsables civiles y policiales conseguían disuadir a los presos para que depongan su actitud y accedan a liberar a los cautivos, algo que finalmente ocurre a las 8.45 de la mañana del sábado 27 de julio. Una fecha que quedaría marcada para siempre en la mente y el corazón de Miguel Ángel Sáenz de Miera, un joven funcionario de prisiones que llevaba poco más de cinco años trabajando en Tenerife II.

Aquella experiencia, dos décadas después, es ahora el argumento de una novela, Cementerio de cemento, que Sáenz de Miera presenta el próximo miércoles en la Sala Ámbito Cultural de El Corte Inglés de Santa Cruz.

“La idea de escribir este libro surge como una necesidad de dar salida a algo que tenía guardado. Y la forma de canalizar todo ese sufrimiento fue a través de la escritura”, explica al DIARIO el escritor madrileño, que continúa ejerciendo como funcionario de prisiones y educador del módulo de mujeres en la cárcel tinerfeña.

“Aunque suene raro decirlo, aquella experiencia me cambió para mejor, porque a partir de ahí valoré realmente la importancia de estar vivo”, subraya Miguel Ángel Sáenz, que reconoce que vio la muerte muy de cerca. “De aquel día todavía recuerdo muchas cosas, que me vienen a la cabeza una y otra vez. Por ejemplo, el pincho que sentí en el cuello, que a poco que el preso hubiera apretado un poco más me habría condenado a la muerte; o la salida del secuestro, donde más que necesitar una baja laboral o reconocimiento, sólo esperaba una mirada o que me preguntaran cómo estaba”, relata el escritor madrileño, que llegó a la Isla con sólo 20 años tras aprobar las oposiciones.

“Para mí fue muy importante tener a mi familia a mi lado, a mi mujer y mis dos niños pequeños; fueron mi mayor refugio cuando acabó todo. Fueron mi fórmula principal para combatir el odio, el sufrimiento y la pena que sentía”, agrega Miguel Ángel Sáenz de Miera, quien pese a lo sufrido durante aquellas interminables horas, nunca pensó en dejar su trabajo en la prisión tinerfeña.

“Tenía asumidos y asimilados los riesgos que corría, y realmente lo que peor llevé fue la respuesta administrativa que nos dieron, porque me di cuenta de que los funcionarios éramos muy vulnerables. También se montó mucha demagogia alrededor del secuestro, y eso me dolió más que el propio trabajo, aunque en él tengas que convivir diariamente con muchas situaciones de crueldad”, insiste el funcionario.

Después de aquello, Miguel Ángel volvió a vivir muchas situaciones complicadas en la prisión, pero estaba más preparado, “porque aquello me fortaleció mucho”. “Es verdad que, justo después del secuestro, pasé una etapa de mucho vaivén, con problemas de autoestima y mucha inseguridad. Rocé la depresión, pero a la larga salí fortalecido”, aclara.

En su opinión, “hay una palabra que define cómo era la cárcel de entonces: odio. En el año 1985, cuando yo empecé en el centro penitenciario de Tenerife, había mucho odio, de los reclusos hacia los funcionarios y de los propios funcionarios hacia los presos. Se palpaba en las miradas, en los gestos, en todo. Ese odio, con el tiempo, se ha ido diluyendo”, denota el escritor madrileño, que convivió en el centro penitenciario con presos de la banda terrorista ETA, reclusos del Grapo y con personajes como Ángel Cabrera Batista, el rubio, autor del violento asesinato en Gran Canaria del empresario Eufemiano Fuentes en 1976.

“Fue todo el final de la Transición, una época de muchos cambios, y el clima era muy complicado. Yo nunca había visto una prisión por dentro, y estaba un poco fuera de juego cuando llegué. Sólo pensaba en trabajar”, insiste irónicamente Miguel Ángel Sáenz, quien deja claro que “ahora las prisiones se han profesionalizado mucho. Las infraestructuras y las condiciones laborales han mejorado, y apenas se dan situaciones como las que yo viví”.

Uno de esos cambios, según el funcionario madrileño, viene motivado por la propia composición de la población reclusa de Tenerife. “Antes era mucho más homogénea, mientras que ahora hay más diversidad de personas de diferentes ámbitos culturales, económicos, raciales, etc”. Ante un colectivo tan grande y con tanta variedad, es difícil ofrecer un tratamiento individualizado y penetrar en cada una de las personas, “pero esa es nuestra labor”, recuerda el funcionario, cuya esposa, Patricia Colmeiro, ha ilustrado la portada del libro.

Con el poso que dan los años, y mirando hacia atrás, Miguel Ángel Sáenz destaca que “ahora se ha dejado de ver la cárcel como algo estigmatizado. La prisión es un mero reflejo de la sociedad, y los cambios han ido de la mano. El sistema penitenciario, los permisos, las comunicaciones, el tercer grado, etc, todo eso ha contribuido a agilizar la salida de prisión de los reclusos y ha mejorado nuestro trabajo”, concluye el relator de la experiencia.

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Diecinueve horas de incertidumbre

Los dos presos amotinados, Juan Redondo y José Tarrío, se comunicaron telefónicamente con varios medios de comunicación para manifestar que estaban “dispuestos a ejecutar rehenes” si la Guardia Civil intervenía para resolver la situación. Horas más tarde, Redondo y Tarrío reclamaron la presencia del obispo de la Diócesis nivariense, de la diputada de Izquierda Unida Cristina Almeida y de representantes de Cruz Roja, a fin de negociar la rendición y la entrega de algunos de los secuestrados.

A medida que avanzaba la noche, y merced a la mediación del gobernador civil de Santa Cruz, Ángel Delgado, los dos reclusos fueron desterrando sus planes de fuga, hasta que en la mañana del 27 liberaban a los últimos 11 rehenes y se entregaban.

“El libro es una especie de relato cronológico de los hechos y, aunque se inspira en la realidad, es pura ficción”, explica Miguel Ángel Sáenz de Miera, que insiste en que “son hechos reales contados de forma novelada, por lo que nadie puede sentirse aludido”.

Para el funcionario de prisiones madrileño, la escritura fue una “válvula de escape” que le ayudó a superar lo vivido, por lo que anima a todos los profesionales de todos los ámbitos a mantener vivas las inquietudes, “porque gracias a ellas se pueden superar muchas depresiones, penas y tristezas”. “En una profesión como ésta, es una forma de descargar tensiones, y se puede hacer a través de la escritura, la lectura, el teatro o el deporte”, incide Sáenz de Miera, que ya trabaja en otros proyectos editoriales. “Agradezco mi trabajo porque es una fuente de información constante, ya que me permite conocer personalidades, culturas y formas de pensar”. “Poder acceder a estas personas, que me cuentan sus alegrías, sus esperanzas, sus penas, sus amores, etc, es algo muy enriquecedor”.

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