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El Dios de la partícula > Carmelo J. Pérez Hernández

De repente, un descubrimiento científico de primer nivel, lo que parece ser el codiciado Bosón de Higgs, se ha convertido en la estufa donde calentar el vacío para quienes consideran que este mundo es sólo el improbable resultado de una combinación físico-química, sin que haya artesano alguno que lo sustente.

“Al menos vivimos en un desierto razonable, una estepa a la que somos capaces de robarle sus secretos”, puede ser el consuelo de quien experimenta el terrible vértigo de sentirse embarcado en una nave que no conduce a ningún puerto.

Cada ser humano tiene el derecho de acallar sus legítimos anhelos como quiera, eso es un hecho, incluso engañándose o distorsionando la realidad. De eso se nos ha acusado a los cristianos en incontables ocasiones. Pero deducir de la existencia de tal Bosón que Dios ha resultado definitivamente derrotado por el conocimiento físico, que ha muerto por goleada, es una imbecilidad que ningún científico se ha permitido el lujo de defender.

No ocurre lo mismo en las redes sociales, donde más de un experto en todología, los que saben de todo, ha organizado ya el entierro de Dios. Al cortejo de tal promiscuidad verbal se ha sumado algún que otro obispo y otros hombres y mujeres de Iglesia, a quienes cabría recordarles que saben de lo que saben y que hay creyentes que, en este terreno, son capaces de moverse sin hacer el ridículo. En fin, lo de siempre.

En realidad, la fe sale reforzada con cada avance verdaderamente científico que la comunidad de investigadores avala con su pericia. Particularmente, el nuevo descubrimiento, pendiente de ser ratificado con ulteriores experimentos, me resulta sobrecogedor. Este Dios nuestro de la partícula es el cuidadoso arquitecto de un universo complejo en el que ha dejado la huella de su presencia, de su omnipotencia, pensé. No nos merecemos tanto, recé.

Siempre he pensado que la creación toda, con sus luces y sus devastadoras tropelías físicas, es una especie de gran escaparate que exhibe el nombre de su artífice. El mundo, el gran mundo cósmico y el pequeño mundo de la intimidad personal, es como una inmensa señal de tráfico, así lo veo yo, que apunta a Dios. Siempre habrá quien ignore voluntariamente las señales, lo sé bien yo, que voy en moto.

Por eso, por si no fuese suficiente, este Dios nuestro inventor de todas las partículas, nos ha salido al encuentro desde los principios del tiempo. Hombres y mujeres han desvelado su presencia. “Tú, vete. Ellos, te hagan caso o no te hagan caso (pues son un pueblo rebelde), sabrán que siempre hubo un profeta en medio de ellos”, fue el encargo de Dios.

Finalmente, fue Dios mismo quien se hizo carne para hacerse mensaje. Desde esa madrugada santa, ni es tan oscura la noche, ni duele tanto el dolor, ni estamos tan solos como a veces nos tememos. Está bien que una partícula nos adentre en el misterio de una creación demasiado hermosa para ser casual. Pero no olvidemos que antes de ella ya había un Dios soñando en jugar con Bosones que hicieran posible esta inmensa aventura que es la vida. Él es el verdadero acontecimiento.

Dos precisiones. La física trata del cómo, la teología del por qué de las cosas. La partícula ahora acariciada es un cómo, no un por qué. Y otra: Higgs es creyente.

@karmelojph