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El fuego: ¿algo que aprender? > Wladimiro Rodríguez Brito

La voracidad de los incendios actuales, causados accidental o premeditadamente, nos recuerda, demasiado a menudo en estas últimas décadas, que ha habido una creciente separación del hombre con respecto a la naturaleza. Y es de este divorcio hombre/naturaleza de lo que queremos hablar en esta ocasión poniendo como ejemplo la decadencia de las actividades agrosilvopastoriles y su relación causal con el incendio registrado en el Sur de Tenerife en la última semana.

La historia reciente de los incendios en la Isla muestra que la mayor parte de ellos se inician, no en el interior de las masas boscosas, sino en las aledañas tierras de cultivo, sobre todo en aquellas mayoritariamente abandonadas: en el caso del incendio del sur de Tenerife el fuego se inició en el área agrícola de Ifonche.

Pero esta misma historia reciente nos muestra que fueron las activas huertas de viñas del Valle de Arriba en Santiago del Teide las únicas tierras que no se calcinaron en el incendio de 2007, junto a otras pequeñas áreas agrícolas del Norte de Tenerife, mientras que sobre las tierras abandonadas y de caseríos llegó a peligrar la vida de las personas que allí habitaban. Este mismo fenómeno ha vuelto a ocurrir favorablemente en el incendio de esta semana: las viñas cavadas de Trebejos protegieron al pueblo de Vilaflor de la entrada del fuego por el sur, si bien hay que reconocer que el viento del este ayudó en alguna medida. También las huertas de jable dedicadas a la papa, que todavía se mantienen mayoritariamente en cultivo, y que rodean el pueblo por el sur, sureste y suroeste, aseguran una protección sin costes medioambientales a este bello pueblo de las cumbres chasneras.

Esto significa que las áreas con agricultura viva o en producción actúan como cortafuegos naturales en una Isla con numerosos pueblos inmersos en las antiguas zonas de cultivo de las medianías próximas a las masas forestales. Pero resulta que el abandono de algo más de 30.000 hectáreas de tierras de cultivo en las últimas tres o cuatro décadas se deben unir a las 50.000 que constituyen la masa forestal de Tenerife. Hinojos, retamas, altabacas, escobones, espinos, es decir, toda una masa arbustiva que ahora cubre los antiguos bancales agrícolas o terrenos de pastos, que en verano se convierte en un combustible más para la rápida propagación de un incendio.

En los dos primeros días del último incendio, las principales labores se dedicaron a alejar el fuego de las áreas pobladas que hasta hace unas décadas se mantenían limpias y en cultivo (Ifonche y caseríos aledaños, caseríos de las medianías altas de Adeje, Vera de Erques…). La enorme finca de Fyffes, ahora en manos de propietarios locales, constituía un área de pastos para el ganado caprino que ante el abandono actual propició que el fuego remontara hasta la cumbre de Adeje y llegara hasta el retamar de cumbre del dorso sur de la Caldera de Las Cañadas.

La futura lucha contra estos devastadores incendios debería consistir en una apuesta por la reactivación de la agricultura y la ganadería, como medio principal para la prevención. Revivir la actividad agroganadera que existía hace treinta o cuarenta años pero con un espíritu del siglo XXI.

Esta conclusión es resultado de otra experiencia más de un incendio que gracias al mantenimiento de la actividad de unos cuantos agricultores de Trebejos que mantienen una viña que, sin ser rentable económicamente, sí que lo ha sido medioambientalmente. Por eso cuando bebemos un poco más caro un vaso de vino de esta zona, los consumidores debemos pensar que también estamos contribuyendo al mantenimiento del medio ambiente. Para los que gustan más de los datos hemos de decir que cuando se bebe una botella de vino del país se está contribuyendo a mantener limpio una superficie agrícola de síes metros cuadrados. Asimismo, el pasado año Canarias consumió 40 kilos de papas por habitante, y que cada kilo de papa supone un metro cuadrado de terreno de cultivo: si el consumo de papas hubiera venido de nuestras zonas de cultivo abandonas y no del extranjero, se podrían haber puesto en cultivo 8.000 hectáreas de tierras. Sin entrar en la creación de puestos de trabajo, la calidad de los alimentos y la búsqueda de la soberanía alimentaria que tal cambio implicaría, si se abona la tierra aledaña a las zonas de cultivo con productos del monte, si se produce estiércol de ganado con esos mismos subproductos y se regeneran los pastos infrautilizados de las medianías altas y de cumbres, la superficie gestionada de forma sostenible se agrandaría mucho más. Solo entonces podríamos empezar a decir que hemos aprendido algo del último y devastador incendio del sur de Tenerife.

Wladimiro Rodríguez Brito es Exconsejero insular de Medio Ambiente y profesor de Geografía en la ULL