Fauna urbana>

Elogio a la disidencia> Luis Alemany

Me reprocha un amigo el agresivo impudor de mi anterior columna necrológica, evocando la inmortal figura chicharrera de Antonio Castro, recientemente fallecido, mientras que piensa uno -por el contrario- que la agresividad y la impudicia pueden inscribirse (por derecho propio) en el territorio de la ternura; de tal manera que -tal vez peque uno de presuntuoso- considero que a Antonio le hubiera gustado leer esa columna (seguro que -de una manera o de otra- la leyó), tras lo cual hubiera refunfuñado, como refunfuñaba de casi todo, porque alguien tiene que hacerlo para resquebrajar la acomodaticia aquiescencia política, social e ideológica que algunos imprescindibles incordios (como él y sus amigos: Los Alegres Compadres) se empeñaron en negar, porque (como decía el cantante Raimon, durante la siniestra dictadura) hay que decir que no para empezar: cuando Julio Tovar asistía, con sus amigos más jóvenes -hace más de medio siglo-, a la inauguración de una exposición de pintura en el Círculo de Bellas Artes de la calle del Castillo, se detenía en el umbral y les advertía: “De entrada, todo es una mierda: para rectificar siempre estamos a tiempo”.

Desde esta perspectiva, siempre sentí una irrespetuosa admiración por el que -al menos para mí- fue el mejor escritor surrealista francés, frente al burocrático rigor de Breton: Raymond Quenau, que asumió la alegre y creativa disidencia, junto a otro piantado de lujo -de la generación siguiente- que fue Boris Vian, asumiendo juntos la creación de la Escuela de Altos Estudios Patafísicos, en homenaje a Jarry, que la propuso como una creación de un personaje suyo, llamado el Doctor Faustroll, que inventó la Patafísica como la fabulosa ciencia de las soluciones imaginarias.

En los últimos años de la lúgubre dictadura en la que nacimos, resultaba muy difícil que los dogmáticos izquierdistas universitarios radicales de esta isla (y de otros muchos lugares) pudieran comprender la imprescindible posibilidad de conciliación entre el rigor del enfrentamiento al criminal dictador y la agresiva cultura lúdica que practicábamos algunos, bebiendo whisky, acudiendo al cabaret y cantando boleros: aquellos radicales comisarios se llamaban Mauricio, Brito (Wladimiro y Oswaldo) y entonces militaban en la extrema izquierda y hoy en ATI, mientras que uno sigue siendo el modesto marxista que siempre fue; ante lo cual, no puede uno por menos de elogiar con sumo entusiasmo la disidencia en la que siempre he militado: que dure.