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Cuenta la prensa británica, y así lo recogen los periódicos de todo el mundo (porque estos asuntos, como se sabe, igual que el desgraciado divorcio de una tal Esteban, son de alcance universal), afirma esa proverbial prensa que los Duques de Cambridge buscan desesperadamente un bebé. El asunto, por un lado, entristece, ¡pobres duques!, y, por otro, pone a las clases sociales (que no sexuales, suponemos) en una atalaya eminente, tan alta como el Everest. Porque la impar noticia subraya la diferencia abismal que existe entre la realeza y el resto de los mortales, por más que la alcurnia postre a los seres comunes dado su esplendor.

La cuestión tiene enjundia. Lo que acontece con regularidad entre los humanos sin cetro es muy diferente. No se quejan por semejante demora, bien al contrario, embarazos indeseados todos hemos conocido. Y ello pese al tamaño de la incisión, como le mostró mi vecina a su padre con el dedo meñique, dado el disgusto de la familia. Mientras los duques lloran por el esfuerzo que les supone engendrar un hijo, la historia se muestra injusta, en tanto no atiende a las categorías.

La memoria de los humanos está henchida, por no decir repleta, de pormenores de esa índole. Unos simpáticos, cual recordé, y otros siniestros. Paro en lo segundo y cito un ejemplo dado a la estampa por el novelista franco-marroquí Tahar Ben Jelloun. Lo hace en dos extraordinarias novelas suyas: El niño de arena y La noche sagrada. Ahí Ben Jelloun recrea una trama atroz: el nacimiento (mucho menos deseado que el hijo de mi vecina) de una niña en el seno de una familia de su país de origen y lo que significa tal acontecimiento en una sociedad machista como la que él conoció. Por lo dicho no es caprichoso anudar. Y ya que hablamos de realeza cabe recordar que en España, y hasta que la Constitución lo remedie, las niñas no serán reinas, solo consortes, aunque sean periodistas de sangre. Esas tenemos y así se conduce lo funesto en una sociedad atada a los meandros fálicos. Una trama que usa para procrear a las mujeres, al tiempo que las discrimina. Mujeres, pobres mujeres, se dirá, al punto de ser el objetivo de una extraordinaria novela doble, cual anoté.

La historia de Mohamed Ahmed que siendo niña por nacimiento ha de suplantar su identidad sexual y de ese modo sorprendente se conduce. Mujer que es hombre, y no tanto que simula ser hombre, porque la atrofia que vivimos da amparo a los machos y pone en la zona de ignominia a las mujeres. Es visible semejante bestialidad. Ese es el ser de la cuestión que apura una desgracia a la par de sádica. Lo sabemos no solo por las historias manifiestas de los árabes desde las Mil y una noches, también por los hombres que tapan rostros y cuerpos de mujeres amparados en la ley aberrante que los protege de su terror a ser contradichos, hombres que abrasan el clítoris de las niñas para prohibir el placer, chinos que se desprenden de las hijas por ser un estorbo para sus promociones o salvajes que matan sin compasión porque son suyas las que dicen que son suyas.

De donde, cabe subrayar que los Duques de Cambridge son dos, uno macho y otra hembra. La hembra para engendrar y si es un niño mejor; el hombre para redimir la realeza. Y es de desear que en esa conjuntara ella no sea una nueva Lady Di y ponga la casa patas arriba. Ahí caben los deseos de sucesión, que el protocolo exige, y asimismo la imagen, modosita ella. Hemos de suponer, pues, que los adustos duques han elegido. Y como el medio natural de procreación hoy no es problema, intentos y más intentos de inseminación artificial con células elegidas acaso mitigue el desconsuelo, si la vía directa no es adecuada para tal pormenor. Y niñito rubio al canto para que, con el tiempo, se convierta en rey, se manifieste en las plazas públicas erguido, reciba parabienes y embajadores de todos los rincones del planeta, pase revista a las tropas y oiga el crepitar de la banda del reino ante el palacio en cuestión y los ojos de miles de turistas. Memoria al canto, pues. El mundo es casi perfecto en la prensa que atesora disgustos (parciales, claro) de esa índole. ¿Qué la realeza es anacrónica y chirría por todos los goznes…? ¡Quién tiene eso hoy en cuenta, con hojas de periódicos y revistas así de relucientes! Lo que se tiene en cuenta hoy es que los pobres duques andan preocupados, no sea que el reino se pare y haya que buscar sustitutos entre los bárbaros , que son los que se propagan a mansalva y sin que venga a cuento en muchos casos. Cosas de reyes, ya digo, que hasta de Guindos, la prima del tal Riesgo y el euro resisten.