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En el 50 aniversario de la muerte del doctor Tomás Cerviá y en el centenario de los cabildos (I) > Victoriano Ríos

Pocas veces una institución público-privada, sin ánimo de lucro, como el Instituto de Fisiología y Patología Regional de Tenerife, ostenta un sobrenombre con tanto honor y buen criterio: Doctor Cerviá Cabrera, el nombre de su fundador.

Pasados escasos 40 días de su fallecimiento (15-07-1962) el titular de la institución, el Cabildo Insular de Tenerife, en sesión plenaria, acordó modificar la denominación con su nombre. No podrían haber realizado tributo mayor a su memoria pues, efectivamente, sin su voluntad, labor, esfuerzo y prestigio médico y personal hubiera sido prácticamente imposible su creación, desarrollo y prestigio entre la clase médica y sanitaria de la década de los 50. Tampoco debe desdeñarse la labor que, desde su creación en 1912, desarrollaba el Cabildo en materia sanitaria.

Tenerife, durante los siglos anteriores, por ser unas de las escalas marítimas obligadas en el devenir tricontinental, fue punto de encuentro obligado de las grandes pandemias fuertemente contagiosas que azotaron a la humanidad. Se observaba que, a veces, se modificaba el curso patológico de ellas, achacándolo, sin argumentos, a efectos del clima templado, ni nórdico ni subtropical, y en otras ocasiones, por su lejanía -hoy se diría “ultraperificidad”-, a rebrotes tardíos del proceso endémico.

Las autoridades sanitarias de la época fueron creando “hospitales primitivos” y zonas de aislamiento de contagios, como los “lazaretos”, para intentar controlar las enfermedades. A lo largo de los años se fue observando de forma empírica que en las Islas ciertas patologías eran mas benignas y otras más frecuentes, sintiéndose la necesidad de tener centros médicos dedicados a esos estudios. Estas ideas traspasaron los horizontes marinos y comenzaron a venir enfermos, sobre todo de Inglaterra y Alemania, en busca de consuelo y terapias en las Islas, destacando, por ejemplo, las instalaciones alemanas antituberculosas en las Cañadas del Teide y la preocupación para la erradicación del paludismo, secando charcas, o la puesta en marcha de centros anti-leprosos, por la relativa presencia de esta dolencia en el Archipiélago.

Los intentos de las autoridades sanitarias, al tener solo el apoyo económico municipal, fueron muy modestos, pero cuando se crearon los cabildos insulares, estos recogieron esa inquietud y comenzaron a encauzarla.

Paralelamente, el número de médicos aumentaba, pero existía un “filtro” para esos estudios, que era el económico. En las Islas no había Facultad de Medicina y solamente, salvo excepciones, por las escasas becas existentes, los sanitarios procedían de las clases pudientes y esto también influyó, esta vez positivamente, pues la gran mayoría, terminados sus estudios de licenciatura, y al no tener exigencias económicas inmediatas, se especializaron en el extranjero, principalmente en Alemania, Inglaterra y Francia. Esto les permitió una visión global, científica y moderna que contagiaron de alguna manera a la clase política dirigente de la Isla, y la predispusieron a un esfuerzo común para elevar la salud de la ciudadanía y practicar una medicina más científica.

A finales del siglo XIX se creó la Academia de Medicina del Distrito de Santa Cruz de Tenerife y se empezaron a dar los primeros pasos para encauzar las inquietudes científicas de los médicos, comenzando los estudios de las particularidades de las patologías insulares.

Durante los primeros años del siglo XX, con sus penurias y obligada emigración americana, fruto del hundimiento y desaparición definitiva del Imperio Español, las actuaciones en el campo sanitario eran escasas y hubo que esperar. A partir de la creación de los cabildos insulares en 1912 rebrota el interés y desarrollo por este campo, pero es con el advenimiento de la 2ª República en 1931, y su profunda modificación de las bases de las Instituciones Libres de Enseñanza, cuando se da un impulso a la Universidad Española, un gran aumento de becas para los alumnos brillantes, que van a especializarse al extranjero, y en el campo de la Medicina a Alemania, como el profesor Juan Negrín y nuestro Tomás Cerviá (Santa Cruz de La Palma, 1902), que en su tercera década, después de especializarse en tisiología, retorna a sus Islas, incorporándose en Tenerife a la lucha antituberculosa, ganó por oposición la plaza de Director del Dispensario Antituberculoso en 1932, recién inaugurado, y se rodeó de los mejores especialistas de las distintas modalidades, y formó un equipo maduro de profesionales y poniendo en marcha por primera vez sesiones clínicas, a las que acudían médicos del exterior, interesados también en su formación y en las peculiaridades de las enfermedades torácicas (pulmón y corazón), que es como se denominaba entonces esa especialización. Tenía 30 años, y una dedicación completa a la Medicina, que fue acrecentando su fama como gran clínico, tanto fuera como dentro de Canarias, al convertirse en un tisiólogo de renombre mundial, ya que publicaba artículos en revistas extranjeras, al mismo tiempo que cultivaba la Medicina Humanística “en el sentido que no hay enfermedades sino enfermos”.

Pero pronto, en 1936, las circunstancias cambiaron por la Guerra Civil. Muchos médicos se alistaron voluntariamente; otros se resistieron a su incorporación y fueron tildados de “no adictos al nuevo Régimen”; algunos fueron encarcelados y procesados, como le ocurrió a Don Tomás. A su terminación, reanuda sus actividades médicas y en 1943 fue elegido Director del Sanatorio de Ofra, recién inaugurado, donde ya realizó con plenitud su vocación de magisterio, además de las asistenciales propiamente dichas. Se incorporan nuevos médicos y se impulsa ya desde un Hospital, concebido medico-quirúrgico, para luchar contra la plaga de aquellos años: la tuberculosis, con su amplio arsenal de terapias, reposo, superalimentación, medicamentos, neumo-tórax terapéutico y posteriormente toraco-plastias.

No obstante, esta actividad primordial no le impidió seguir con la enseñanza para cualquier médico que se acercara al Sanatorio y también comenzar a profundizar en otras patologías, con características peculiares en las islas, como las alergias, sobre todo el asma, y las nodulaciones tiroideas. También destacó por sus publicaciones sobre la Medicina Humanística. A comienzos de la década de los 50, la situación de los niveles de vida había mejorado y la tuberculosis retrocedía. Su relación con los dirigentes políticos del Régimen, normalizada de forma indirecta a través de un familiar muy cercano, le permitió proponer la creación de un centro médico de investigación y formación de post-graduados, al no existir en la Universidad de La Laguna una Facultad de Medicina.

Las conversaciones y proyectos comenzaron en 1954 y el Instituto se fundó en 1955. Las primeras conversaciones se iniciaron con el Presidente Antonio Lecuona y culminaron con Heliodoro Rodríguez. Las mayores dificultades se encontraron en la búsqueda de fórmulas para introducir unos servicios ajenos estructuralmente, pues desde un primer momento Cerviá planteó que, además de la investigación y la enseñanza, se introdujera un servicio asistencial de hospitalización y consulta externa, pues en su opinión eran factores imprescindibles en una actuación sanitaria. Al fin, se encontró la formula administrativa y se asignó al Instituto la Sala 12 en Medicina Interna de mujeres del Hospital de Nuestra Señora de los Desamparados, adjunta a los locales asignados.

Desde un primer momento, la lista de miembros numerarios fue amplia, unos cien en el primer año, independientemente de la decena de profesionales que diariamente acudían como asistentes a los servicios. Recuerdo a los doctores Martí, Galera, Macías, Cubillo, Gerardo González, Marrero y Bencomo, entre otros. Ya se había adaptado la sala de juntas y reuniones, culminándose la del salón de actos, que tenía una capacidad de más de 100 asistentes. Se instauraron sesiones clínicas semanales, decidiéndose que se celebraran los viernes de cada semana.

De las actividades de este primer año de funcionamiento da cuenta el volumen publicado de La Memoria y los Trabajos, con un contenido de más de 550 páginas. En unas palabras previas, a modo de prólogo, el Doctor Cerviá aseguraba que “el Instituto había nacido precisamente para encauzar las inquietudes y fuerza científica ya existente, y cuya expresión espontánea y previa no quería dejar al margen”.

El éxito del funcionamiento del Instituto fue innegable, y pronto se superaron las reservas naturales que aparecen en estos casos, integrándose como miembros la mayoría de los profesionales funcionarios. En mi caso particular terminé la Licenciatura en Madrid en 1953 y el Doctorado en 1956, integrándome en el Instituto en 1957, aunque antes, durante el verano, acudía a los múltiples cursos de post-graduados para ir completando mi tesis doctoral, que fue editada con el número 35 de sus publicaciones.

*Mañana, viernes 27 de julio, se publicará la segunda y última parte de este texto