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La situación generalizada de crisis por la que pasa actualmente el mundo desarrollado puede que obedezca no sólo al ámbito meramente numérico, económico y financiero de los mercados internacionales, sino que es posible que se deba también a otros aspectos que hemos venido olvidando secularmente, como el sentido de la humanidad y los valores que debemos anteponer al instinto de poseer y amasar riquezas por que sí. Es más, es argumentable que el solo sentido del materialismo, íntimamente ligado a la astucia, denota rangos de incultura, insensibilidad y ferocidad, una incongruencia que suplanta a la inteligencia y que nos arrastra a todos a un escenario alienante en el que nadie se fía de nadie y en el que nos vemos obligados a aceptar un papel de defensa permanente.

La esperanza es que este varapalo (tremendo para España), que como siempre sufren más los más necesitados, sea antesala del fin de la cena de los idiotas a la que hemos asistido, como vuelta a la vía de la mesura que dejamos atrás hace mucho tiempo. Que surja el nuevo hombre de las cenizas del neoliberalismo aberrante en el que nos movimos en los últimos decenios es cuestión de una sucesión de carambolas que algunos esperamos con serena fruición.

Las clases pobres de cualquier sociedad, las desheredadas, espiritualizadas (lo único que les queda) y pacientes, equivalen a unos 2.800 millones de personas, casi la mitad de la población mundial, que viven con menos de dos euros al día, y no vamos a ninguna parte sostenible si no ofrecemos una perspectiva de mayor amplitud de miras a las futuras generaciones para que pongan fin a tanto despropósito.

Cuando hablamos de los pueblos del tercer mundo, entre ellos muchos africanos, suelen darse fugas inaceptables que relacionan el subdesarrollo con la incapacidad de grandes bolsas humanas para organizarse y crear sus propias estructuras de progreso. Sin embargo, cabría preguntarse por la supuesta evolución que pueden alcanzar los países empobrecidos cuando en no pocos casos están obligados a reintegrar a los prestamistas internacionales 50 céntimos por cada euro recibido. Eso sí, parece que el acuerdo es unánime en los foros del conocimiento respecto a que la responsabilidad de la inanición de la miseria es sólo de los gobernantes locales, que han copiado el modelo que sus metrópolis colonizadoras dejaron una tras otras cuando se convencieron de que la negritud es de otro planeta.

Algunos expertos se preguntan, muy al contrario, por la deuda maldita que Occidente mantiene con el continente vecino, al tiempo que reclaman que la esclavitud desempeñó un papel decisivo en la acumulación del capital necesario para la construcción de nuestro bienestar social. Afirman, con bastante razón, que la masa monetaria que supuestamente debe África a los países ricos ya ha sido reembolsada por triplicado.

En cualquier caso, existe un pensamiento africano que denota una lucha ciclópea por alcanzar una orientación posible al choque entre sus estómagos y lo que vomitan las imágenes que llegan a través de las antenas parabólicas e internet, una cascada de productos inalcanzables que rebotan contra las paredes de ese bucle en el que se encuentran relegados como meros figurantes sin aparente solución de continuidad.