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Fuegos de verano> Francisco Pomares

El fuego ha vuelto este verano a cebarse en Tenerife con crudeza. Y -como ocurre siempre- los incendios se contagian: las 1.800 hectáreas que han ardido en Adeje y Guía de Isora están muy lejos de las que prendieron en La Palma y en La Gomera, pero aquí se repite el ciclo siniestro de los imitadores. Casimiro Curbelo fue muy directo ayer cuando dejó claro que no es posible que se produzcan tres focos distintos en tres parajes de su isla, de una forma accidental. Se habla poco de ello, pero lo cierto es que la mayoría de los incendios que ocurren en las Islas son incendios provocados intencionadamente, y la decisión de prenderlos se produce con mucha frecuencia por contagio con fuegos ya iniciados en otros lugares. Cuando hay fuego, los incendiarios salen a prender más.

Las fuerzas de seguridad tienen indicios y en algunos casos hasta pruebas de quiénes son los incendiarios, consecuencia de condenas pasadas. Algunos de los incendios más brutales de los últimos años -el que asoló 20.000 hectáreas de monte grancanario en 2007, o los que se produjeron en Tenerife y La Palma, casi al mismo tiempo- fueron probablemente incendios provocados. En el de Gran Canaria hay constancia de ello, y hubo condenas. Por eso se mantiene bajo vigilancia a los pirómanos, sobre todo cuando se inicia el ciclo veraniego de los incendios. Pero es imposible controlar a esa gente a todas horas. Resulta inútil intentar entrar en la mente de estos locos criminales que meten fuego a nuestros montes todos los veranos, comprender qué clase de motivaciones pueden conducir a alguien a destruir un bien común e irreemplazable sin obtener ningún beneficio material a cambio. Porque hay muchas clases de maldad y muchas de estupidez, pero esta recurrente práctica de prender los bosques de las Islas es la suma precisa de la estulticia más dañina.

No existe ninguna justificación, ninguna explicación, ninguna desesperación que permita exonerar a los pirómanos de sus acciones contra la naturaleza, el bien público y en última instancia la vida. Sobre los anónimos -y no tan anónimos- responsables de estos días de fuego, debe caer el peso de la ley, con todas sus consecuencias, y también el más absoluto desprecio social. Aquí también debe acabarse con las excusas psicologistas y el buenismo que atribuye a la sociedad la responsabilidad última de todo lo que funciona mal, incluso de esa forma de locura cruel y destructiva que es la piromanía. Y ya está bien de enjuagues: contra el fuego intencionado no cabe tolerancia alguna.