por qué no me callo>

Larga vida, bidón> Carmelo Rivero

Durante años, el debate sobre la conservación o derribo de El Tanque catalizó los clásicos polos opuestos de la opinión pública de la isla, acostumbrada a desgañitarse en banderías entre todo o nada. Si lo mereció el Auditorio, El Tanque no iba a ser menos. Mientras el rifirrafe civil y mediático se cernía sobre su futuro, nunca cesó de almacenar actividades que llenaban de volumen cultural el viejo depósito de combustible. Con 15 años (que celebró el viernes en la calle Fuente, con una vídeo-exposición y el sello del DJ Juan Fierro), El Tanque ya no sorprende a nadie como un cuerpo extraño incrustado en el paisaje previsible de la ciudad. Esta se preguntó en su día cómo encasillarlo, si como museo minimalista, galería de arte extremo, pequeño auditorio estrafalario, teatrillo cilíndrico, caja negra, cámara oscura con su bestiario, o espacio multiusos de un mundo holístico confinado en sí mismo. Atraviesas el finger de acceso al vestíbulo y te adentras en las sombras de las musas prohibidas. Con el batacazo económico, llegó la persecución fiscal a los espectadores (el ivazo que encarece las entradas moviliza una variante de 15-M cultural en Madrid), de ahí que a las vanguardias, estos búnkeres sirvan de camuflaje a la usanza de la dictadura, pues la cultura ha retrocedido hasta sus últimas antípodas. Con estas bodas de cristal, puede decirse que el Tanque se ha ganado el sitio. Ah, y es fruto del empeño de una mujer, lo cual explica mucho ese matrimonio. Sin el flechazo de la exviceconsejera de Cultura y exparlamentaria de CC Dulce Xerach hacia el contenedor proscrito, habría desaparecido este vestigio del Santa Cruz refinado del pasado siglo. El Tanque me trae recuerdos de la ermita de Regla y la Caseta de Madera de Paco Poleo una noche de espinas al humo con Cabrera Infante y la actriz Miriam Gómez. Hubo objeciones urbanísticas y políticas, y se impuso la opción más romántica, cuando la Cultura tenía un peso específico en la vida pública de la isla antes de sufrir este destierro. Con el salvoconducto del BIC, los halagos de la crítica extranjera y premios reivindican a este tótem carismático, hacen justicia a la asociación de sus amigos, al arquitecto Fernando Menis, director de la rehabilitación en tiempos del estudio AMP, y a la propia Dulce Xerach, cuando otros tanques de parecida biografía (unas pocas cápsulas en la geografía de hormigón de Europa) sacan pecho, como las antiguas cisternas eléctricas que inaugura la Tate Modern, de Londres, con los Juegos Olímpicos, a orillas del Támesis, restauradas por Herzog & de Meuron (autores del TEA), o los templos de carbón de la cuenca alemana del Ruhr, cocapital europea de la Cultura en 2010. El tanque 69 de la refinería interpreta el relato de una ciudad que muere y otra que prolonga la vida de un bidón.