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Libertad comercial> Leopoldo Fernández

El Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife acaba de decir no, por enésima vez, a la liberalización de los horarios comerciales. Una postura similar mantienen varias corporaciones locales e insulares, el Gobierno de Canarias y diversas organizaciones de pequeños comerciantes. Quienes así piensan suelen coincidir en que la mejor defensa del comercio minorista es hacer frente a las propuestas de los grandes almacenes y las grandes superficies como si ambos fueran los causantes exclusivos de sus problemas. A riesgo de recibir descalificaciones y críticas, desde aquí me declaro defensor acérrimo de la libertad de horarios, en interés de los consumidores y del propio pequeño comercio que, o se adapta a las nuevas costumbres y pautas de los tiempos que vivimos -como hacen en toda Europa, con más o menos intensidad-, o perecerá irremediablemente. Ni los horarios libres, ni la proliferación de los grandes establecimientos son a mi juicio responsables únicos de la recesión de ventas que afecta al pequeño comercio; la crisis económica, que incide sobremanera en la demanda general de bienes y servicios, la sufren todos, incluidos las tiendas o superficies de mayor tamaño. Para competir con unas y otros no existen peores armas que la desidia y el conformismo, ni mejor argumento para remediarlo que, entre otras cosas, la imaginación, la especialización, la mercadotecnia, la idoneidad del local del negocio y de su ubicación, las facilidades de acceso y aparcamiento, la diferenciación, agilidad y buen trato, el asesoramiento y la mejor formación empresarial, una política comercial más dinámica y agresiva, el ajuste medido de los costes estructurales, la introducción de nuevas tecnologías y técnicas de comunicación, y el aprovechamiento de sinergias y estrategias grupales. El comercio tradicional, del que me confieso seguidor obstinado, da lustre a las ciudades y a la vida social, alegra las calles, dinamiza la economía y contribuye a la generación de riqueza y empleo. Es insustituible y un bien común. Quizás no goce de todos los apoyos oficiales que necesita, de ahí la necesidad de unir sus inquietudes para reivindicar lo que crea de justicia; pero considerar que sus enemigos son los grandes comercios y las grandes superficies y seguir oponiéndose a la liberalización horaria -que no obliga a nadie a abrir las 24 horas, sino sólo a que pueda hacerlo quien quiera en horas no convencionales, a diario y en domingos y festivos- es meter la cabeza bajo el ala, perjudicarse a sí mismos y dejar a la ciudad, o a distintas zonas de ésta, sin una oferta imprescindible, adaptada a las pautas laborales y familiares hoy imperantes. Resistirse a estos cambios sería como abonar aún más la proliferación de carteles de cierre, alquiler o venta de tantos y tantos locales comerciales.