mirada sobre áfrica>

Mandela, y otros> Juan Carlos Acosta

Si existiera algún lugar terrestre en el que tuviera parangón la expresión “en la cara oculta de la Luna” ese sería, sin lugar a dudas, África. Y lo digo no solo por el olvido secular de muchos de los aspectos que contiene el continente cercano, sino por la automática indisposición funcional de todos los mecanismos de la información internacional a hacerse eco de cualquier rasgo positivo que se dé en ese territorio inmenso en el que habitan mil cuarenta millones de habitantes.

Me resulta placentero, por tanto, hacerme eco esta semana del glorioso cumpleaños, 94 primaveras, de una de las personalidades legendarias vivas de este planeta, Nelson Mandela, quien, por el contrario, sí que se ha situado en la galería de los héroes universales, hasta el punto que ese día, 18 de julio, es conmemorado por la ONU como su propio Día Internacional con el distintivo de “sanador de naciones” urbi et orbe. Madiba, como también se le conoce en honor a sus méritos concedidos por los ancianos de su clan étnico sudafricano, Xhosa, ya ha pasado a la Historia por la puerta grande, a imagen y semejanza de otros iconos de la sabiduría humana, como Ghandi, dado el consenso absoluto y reconocimiento sin fisuras en todas las razas y civilizaciones a su legado por la paz de los pueblos.

No obstante, este sonoro David contra el Goliath del Apartheid es el ejemplo de la excepción que confirma la regla, puesto que en el alero de la posteridad merecida para los mitos africanos se quedan fuera muchas otras figuras no menos carismáticas y visionarias que han contribuido no poco a la justicia social y a la reivindicación de la negritud como razón de ser. Así que estaré satisfecho cuando sepa, al menos, que nuestros escolares estudian al lado de estadistas como Winston Churchill o Dwight D. Eisenhower a personalidades de la talla de KWame Nkruhma, artífice de la primera democracia africana en Ghana o precursor del panafricanismo; Jomo Kenyatta, primer presidente de Kenia tras su independencia de Gran Bretaña; Julius Nyerere, jefe de Estado de la Tanganica independiente y de la federación de Tanzania, o Modibo Keïta, fundador de la Unión de Estados de África del Oeste. Pensaré que nuestros jóvenes estarán bien orientados cuando sitúen como nombres revolucionarios de la relevancia de Che Guevara a líderes humanistas que se dejaron su corta vida por elevar la dignidad del campesinado y de las clases bajas, como Thomas Sankara en Burkina Faso, quien, por cierto, fue asesinado en 1983 en un complot que apunta al actual presidente de este país, Blaise Compaoré, a la edad de 38 años; Patrice Lumumba, valedor de lo que hoy es la República Democrática del Congo, liquidado por las hordas de Joseph Mobutu en 1960, o Amílcar Cabral, liberador de Guinea Bissau y Cabo Verde del cepo colonialista de Portugal. Sería una buena señal si junto a intelectuales como Marx u Ortega y Gasset figuraran faros de la cultura africana como el filósofo Frantz Fanon; el historiador, antropólogo, físico nuclear y político senegalés Cheikh Anta Diop; el escritor maliense Amadou Hampâté Bâ, o los poetas Senghor y Césaire, entre otros muchos que no cabrían en cien artículos como este. Ni espacio queda en estos renglones para evocar referencias de las artes, como la música, la pintura, la escultura, la cinematografía, el teatro y un largo etcétera, que conforman la ausencias reservadas en nuestras bibliotecas blancas a las almas negras.