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Maté a un amigo > Luis Alemany

En el acto sexto de la comedia de José Zorrilla Don Juan Tenorio, el capitán Centellas increpa sarcásticamente al protagonista diciéndole que “los muertos que vos matáis / gozan de buena salud”; y no puede uno por menos de sentirse identificado (tan sólo -claro está- a este respecto) con Don Juan Tenorio, porque en una columna (como ésta que -como todas- ha de alfombrar las cocinas) de la semana pasada publiqué erróneamente la necrológica de mi amigo Antonio Castro (El Verija, El Mae, el inventor del emblemático Colegio Montessori), cuyo error me corrigió telefónicamente el común amigo Paco Parrilla: no puede uno, claro está, por menos de celebrar tal equivocación, pensando que no deja de resultar significativo que, en una columna posterior comentara (entre la metafísica y el espiritismo) que seguro que Antonio leería -de alguna u otra manera- esa columna: ahora habrá podido hacerlo, con la satisfacción de haber leído su propia necrológica en vida, y poder emitir opiniones al respecto: incluso discutirlas con su autor.

En esto de los errores necrológicos periodísticos existe una larguísima tradición que va desde lo grotesco hasta lo ofensivo (por lo común es compatible), de tal manera que Domingo de Laguna publicó en el periódico El Día, en abril de 1996, una nota necrológica, a raíz del fallecimiento de mi madre, plagada de los vacuos elogios póstumos que tan caros le resultaban a aquel pintoresco personaje (dama preclara, acrisoladas virtudes, esposa y madre ejemplar), pero remitiendo su matrimonio al hermano rico de mi padre, con quien la casó póstuma e incestuosamente: el texto se encuentra -claro está- en las hemerotecas de esas fechas aproximadas, y no hace otra cosa que dar noticia de la falibilidad en la que todos los que transitamos la letra impresa volandera incurrimos, desde Domingo hasta yo.

César González Ruano fue una maestro de las notas necrológicas, desde sus miles de columnas diarias en ABC, de tal manera que pudiera decirse que había adquirido el hábito del óbito; hasta el punto de rizar el rizo de esa peculiaridad genérica, cuando -ya muy enfermo- publicó en su columna diaria su propia necrológica, lamentándose, con sarcasmo epifonémico, que le iban a pagar por ese artículo lo mismo que por cualquier otro: igual me ocurrirá a mí por esta columna resucitadora, aunque me siente doblemente gratificado por haber cometido el error: vaya lo uno por lo otro.