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Stengrimur J. Sigfusson> Luis Ortega

Cada catarro tiene su tratamiento, decía un médico rural cuando sus pacientes trasmitían, boca a boca, la receta para los resfriados invernales para ahorrarse el tiempo y la visita. Así debieron pensar los islandeses cuando, con un par, rechazaron las prescripciones del FMI, se negaron a rescatar los tres principales bancos de la nación que representaban el 85% del sector nacionalizaron el ámbito financiero y buscaron y sustanciaron responsabilidades con indemnizaciones de los corruptos y, en muchos casos, cárcel por haber conducido al pequeño país a la crisis. La singularidad de la acción del gobierno no estuvo en el rescate bancario, ese que nadie sabe explicar y nadie quiere entender, sino en garantizar los ahorros de los ciudadanos. La crisis puso la economía de los trescientos mil habitantes al límite; en 2007, el PIB cayó un 7% y la inflación superó el 12. Ahora mismo, y este es un éxito de la buena gestión, la agencia de calificación Fitch Ratings constató la recuperación, la despojó de la nota de bono basura (BB+) y la elevó a BBB. Es decir, del límite de la quiebra en 2007 a la recuperación del crecimiento, cuatro años después y a gozar de excelentes perspectivas para el año en curso. Su geografía (pequeñas islas e islotes adyacentes al Atlántico, entre el resto de Europa y Groenlandia), sus dimensiones (ciento tres mil kilómetros cuadrados) y su población, algo más de trescientos mil habitantes, son las razones que arguyen los partidarios de las costosas recetas que pagan, de modo preferente, las clases medias, para invalidar su modelo para el resto de la Unión. Quizá sea una apuesta exagerada decir que la fórmula islandesa es exportable al resto del victimario europeo, amedrentado por la implacable señora Merkel. Pero, de entrada, el pequeño territorio devaluó la moneda hasta un 15%, forzó la dimisión del primer ministro, Geir Haarde, y de su gobierno, negligente o corrupto, y entró en un duro proceso de ajuste que se cobró víctimas colaterales, poco inocentes por cierto (los inversores británicos y holandeses) y, en 36, el Producto Interior Bruto registró una mejoría del 3%. El responsable del milagro islandés Stengrimur J. Sigfusson alberga serias dudas de que su fórmula sea extrapolable a la totalidad de la congestionada Europa, pero sí a países de tamaño medio, que sean capaces de plantarse ante las exigencias germanas y de los organismos económicos internacionales. Ellos dijeron no, con todas las consecuencias y pese a las amenazas y les salió bien. No estaría de más seguirlos, aunque solo fuera en la negativa.