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Tigra > Carmelo Rivero

Las vergüenzas de la banca erosionan aún más la credibilidad de un sistema que se revela, bajo el fragor de esta requetecrisis, como un queso gruyer, lleno de agujeros. La banca ya se percibe como un claro problema en las encuestas de opinión (el sexto en el último barómetro del CIS). Llegó la hora de la catarsis tras la era de abusos y coacciones del sistema financiero. El ciudadano indefenso arrostra una y mil veces “eso que llaman recortes”, según la jerga de Rajoy antes de aprobar esta semana la siguiente poda. El ciudadano está hasta las narices de cargar con toda la ignominia de esta hecatombe, como si fuera el maldito causante en exclusiva de tamaño horror (casi digo herror), por su mala cabeza compulsiva de manirroto y endrogado. Y, como penitencia por sus pecados capitales (gula, lujuria, soberbia, pereza, ya saben) recae sobre el/ella todo el peso de estos presupuestos estatales seismesinos y la cascada implacable de los viernes de pasión que nos tocan los telenguendengues sin descanso. El ciudadano (¿por qué decimos él si somos nosotros?) se hartó.

Estos tipos de intereses, o los intereses de estos tipos. Vas y te enteras de los manejos de Barclays y de que un juez imputa a los de Bankia. Banqueros cometiendo tropelías sin parangón con los hábitos culposos de un ciudadano demonizado que está pagando los platos rotos por lo que hizo ayer, como si él solito fuera el bosón de Higgs de la crisis que explicara toda su existencia. ¿Cómo piensa restañar la banca (la banca y su cultura) la confianza perdida quizá para siempre en ella? ¿Acertarán este y los otros gobiernos europeos a restablecer la ética pisoteada por usureros que se marchan de rositas cargados de alhajas? Lo dudo, dice el bolero. Y aceptemos su rescate inevitable, a la vez que presenciamos la represalia de Merkel, difiriendo esa ayuda por las infidencias de Rajoy en la última cumbre europea. Ves a los magnates (no hay dos palabras que se parezcan tanto) de la City manipulando el libor, influyendo con sus falsarios tipos de interés interbancarios en operaciones multimillonarias, y el estómago te da vueltas. ¡Oh, la honorable City londinense, en vísperas olímpicas, con el prestigio por los suelos, manchando la historia de ese suelo y del suelo del hoy financiero Canary Wharf, adonde exportábamos tomates para surtir la mesa del inglés! Y si el caso Bankia aflora un inmenso chanchullo, aplíquense medidas ejemplarizantes, drásticas, o al contribuyente le saldrá el insumiso que lleva dentro, por mucho que el gobierno pise el acelerador del ajuste. En el infortunio de su desmemoria, García Márquez nos legó un último cuento, Tigra, en el que una hembra de tigre llega a Nueva York, coge un tren y sube un ascensor para vengarse del cazador -un poderoso yanqui-, que le arrebató a su pareja. La ley de la jungla y la de la civilización, cara a cara.