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Un ejemplo> Leopoldo Fernández

España se ha dado un baño de autoestima. No se me ocurre una frase que resuma mejor los efectos balsámicos que ha producido en el cuerpo social, islas y ciudades autónomas incluidas, el triunfo europeo de la selección de fútbol. Sobre todo cuando las adversidades económicas, con las subidas de impuestos a la cabeza, nos cercan con tanta inhumanidad y no hay semana, día y hora en que no nos acechen dificultades e inconvenientes que no pocas veces se nos presentan como insalvables, o casi.

El equipo nacional, La Roja, ha hecho historia, se ha convertido en leyenda y ha llevado a buena parte de los españoles a renovadas manifestaciones de sana alegría, ilusión, orgullo y patriotismo. Y, de paso, como en el Mundial de Sudáfrica, a la recuperación de los emblemas y símbolos nacionales, con la bandera y sus colores representativos al frente, como señas de la identidad que nos une, por encima de tópicos al uso y de la pluralidad y diversidad que legitiman y enriquecen el asiento común del país.

El éxito deportivo es un premio al talento y al trabajo en equipo, al esfuerzo y sacrificio del colectivo, al afán de superación de los jugadores, a la genuina ambición de unos profesionales ejemplares confiados, desde la sencillez y la humildad, en unas maneras exitosas de interpretar el balompié moderno. Es también el triunfo de una idea y la confianza en un estilo y unos esquemas solidarios que triunfaron una vez más gracias al buen hacer de los futbolistas, pero también a la inteligencia y capacidad de integración de todos ellos en el proyecto común que aporta ese personaje esencialmente bueno y competente que es el seleccionador Vicente del Bosque.

El compañerismo y el buen rollo han superado al orgullo de ser los mejores, como demostraron sobre el terreno, por eso la gesta fue celebrada con la humildad de los grandes campeones, incluyendo el elogio del rival y el consuelo en su desgracia que tan bien interpretaron, de palabra y de obra, Del Bosque y el capitán Casillas. Pocas hazañas deportivas como este gran triunfo del deporte de masas por excelencia que es el fútbol constituyen por sí solas una plataforma tan extraordinaria para proyectar la imagen de un país moderno.

Si traducimos a la vida política las lecciones que deja tras de sí el brillantísimo éxito de nuestra selección, con los canarios Silva y Pedro, deberíamos inferir que todos juntos, con la dirección adecuada, deberíamos ser capaces de superar los gravísimos problemas del presente. Nuestros deportistas han logrado el Campeonato de Europa porque todos juntos han empujado en igual dirección con sentido de equipo, la misma disciplina y preparación e idéntica actitud de trabajo. ¿No es acaso un excelente modelo a seguir, incluso para perfeccionarlo, dada su probada eficacia? No habría mercado que nos oprimiese…