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El agosto de Sall > Juan Carlos Acosta

Después de cinco meses desde las pasadas elecciones, el actual presidente de Senegal, Macky Sall, parece por fin haber aterrizado en la realidad de su país. Y lo ha hecho porque ha debido enfrentarse a un agosto muy movido por la concurrencia de varios hechos que han roto una inercia que desde fuera invitaba a pensar que, a pesar de las expectativas generadas por el desalojo del Viejo, Abodoulaye Wade, el anterior jefe del estado, el ejecutivo entrante se había tomado con mucha calma las reformas necesarias para encarar los grandes retos de una nación emblemática para el progreso de todo el África Occidental.

Lo cierto es que el mandatario tuvo que regresar precipitadamente de un viaje oficial a Sudáfrica, otro de los faros del desarrollo del continente vecino, por las graves inundaciones que, trágica paradoja, han supuesto el colofón a la sequía persistente del Sahel y provocado la muerte de, al menos, 18 personas y heridas a otro medio centenar, aparte de los destrozos registrados en diversas ciudades y núcleos rurales; de modo que la bendición de las lluvias, normalmente escasas en estas latitudes, se ha transformado una vez más en la maldición de los pobres, acostumbrados a vivir en construcciones perentorias, dada la estabilidad del clima seco del resto del año.

De positivo para el perfil del máximo regidor hay que consignar su anuncio inmediato de promover la supresión del senado y dedicar su presupuesto, unos siete millones de euros, a activar un proyecto nacional de medidas urgentes para los damnificados, un gesto con el que Sall parece haber matado dos pájaros de un tiro, la propia necesidad de auxiliar a los numerosos afectados por la tragedia y, lo que es más destacable si cabe, la liquidación de una institución innecesaria y costosa para un país que, como es habitual en África, rebosa de políticos, máxime cuando está en juego la modernización de unos organismos oficiales que lastran las posibilidades de remontar la situación derivada de unas arcas públicas vacías no solo por la crisis económica internacional, sino por los gastos en corrupciones y fastos de las anteriores legislaturas de Wade y su clan. Sin embargo, y por si todo esto fuera poco, el nuevo gobierno ha debido manejar por añadidura otro conflicto también muy delicado, esta vez diplomático, con la territorialmente incrustada Gambia, por la ejecución de dos ciudadanos senegaleses, condenados por un supuesto homicidio; de tal forma que el presidente y su gabinete están estos días en plena faena de reformular las relaciones bilaterales con un vecino que comienza a ser incómodo por las acciones extremistas de su presidente, Yahya Jameh, quien ha anunciado otras penas de muerte dictadas bajo procesos opacos que han movilizado ya las protesta unánime de la comunidad internacional. Tampoco se le escapa a nadie que detrás subyace asimismo el temor a que este hecho de insumisión interregional despierte las aspiraciones independentistas en la Casamance y las pretéritas escaramuzas que periódicamente vuelven a teñir de sangre los caminos de los pueblos del sur.

En última instancia, el ministro de Cultura y Turismo senegalés, el cantante Youssou N’Dour, quien visitó recientemente Tenerife, ha anunciado que volverá a actuar en un concierto solidario a favor de las miles de personas que han perdido su hogar en la estación húmeda de este mes estival en el muy cercano país de la Teranga.