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Antonio Hernández > Luis Ortega

En su primer cometido, coadjutor de la parroquia de Los Remedios de Los Llanos de Aridane y, por tanto, ayudante de un activo y enérgico Marino Sicilia, Antonio Hernández demostró que, además de la pauta de conducta, la salud social y la esperanza como recompensa, el Evangelio era una fuente de alegría y optimismo, un código de igualdad, un instrumento para la convivencia, como estableció el Concilio Vaticano II, cuyos rescoldos -pese al continuo baldeo integrista- siguen vivos como una referencia de aliento. Poco a poco, la gente se desperezaba de la pesadilla de la posguerra y el fantasma de la libertad se percibía en lontananza, con nuevos signos que, por gusto o deformación, algunos buscamos en la cultura, otros en el trabajo y muchos en la fe. Fui su amigo desde entonces y conocí su papel pastoral y de animador cultural, de asistente social y consejero en varios municipios palmeros, donde se le recuerda y aprecia en la justa medida de sus esfuerzos. Próximamente ocupara el rectorado del Real Santuario de Nuestra Señora de Las Nieves, el eje y la referencia religiosa y cultural de nuestra isla; llega con la nostalgia de La Orotava, en cuyo templo principal, Nuestra Señora de la Concepción, hizo una labor ímproba y entre cuya gente caló su talante sincero, sus virtudes sin presunción ni ñoñerías, y donde deja fieles que le añoran, aún sin marcharse. Allí, como en todos sus destinos, Antonio Hernández se ha ganado la confianza y el afecto a fuerza de trabajo, trabajar y hacer trabajar, y de ilusión por la labor bien hecha; puso en valor un hermoso recinto y una colección de arte, escondida en lonjas y cajones; abrió un museo extraordinario y organizó un archivo accesible; contribuyó a mejorar unas fiestas cuya fama rebasó hace años las fronteras insulares. Y mientras cubría tantas y tan variadas labores, emprendió -después de un largo y provechoso aprendizaje en Roma- el Proyecto Hombre, una vía para la curación y la reinserción social de las víctimas de las drogodependencias, una pandemia del desencanto que afecta a amplios segmentos de nuestra sociedad. Contra todas las dificultades, Antonio Hernández -tan bueno como velocista como fuerte como corredor de fondo- compartirá esta voluntaria y sacrificada tarea con el servicio del Real Santuario y las parroquias anejas en Mirca y Velhoco. Sucede a un sacerdote y buen amigo, que realizó una labor singular en un escenario entrañable de la vida palmera, y que, con prudencia y generosidad, asesora a su compañero para las futuras tareas que desempeñará con la vocación, talento y compromiso que le caracterizan.