FAUNA URBANA>

Desobediencia civil

La depredación sindicalista de alimentos en un supermercado determina la alarmante situación en la que se encuentra este país, desde una doble perspectiva: por una parte la declaración de principios económicos y -sobre todo- políticos, que van más allá -mucho más allá- de una reivindicación social, para plantearla (desde la simbología, pero contundentemente) en el territorio del rechazo; aunque posiblemente lo más importante -a ese respecto- haya sido que tal acción no se haya producido desde una discutible espontaneidad anárquica, sino desde la organización sindicalista, que pretende establecer así una rigurosa oposición a la reprobable estructura económica en la que nos movemos, mostrando -a su través- una discrepancia rotundamente simbólica de unos pocos miles de euros robados, por más que tal robo simbólico repercuta en la economía privada de una empresa que no tiene culpa de nada, lo cual nos introduciría (nos introduce inevitablemente) en la censurable conculcación de la propiedad privada.

Tal vez hayamos llegado ya, en este país, a unos límites que requieren la insumisión civil, por más que uno siempre haya sido muy escéptico con respecto a tal actitud, porque la amarga experiencia demuestra que se trata de un proceso de imprevisibles consecuencias: el cardenal Herrera Oria soliviantó a este país, durante la II República con un panfleto incendiario titulado El Debate, a cuyo lado El Mundo y ABC eran periódicos democráticos, contribuyendo -en buena medida- al malestar de una extrema derecha prepotente, altiva y montaraz, y a la consiguiente respuesta -por supuesto reprobable- del anarquismo, quemando iglesias: algo mucho menos grave que lo que sucede hoy con los crímenes de ETA, que el Estado sufre resignadamente y enjuicia con paciente benevolencia; pese a lo cual seguimos conviviendo los unos y los otros, sin que parezca ser que haya -por fortuna- ningún generalito afilando el sable, como ocurrió entonces.

La desobediencia civil no deja de ser un arma de dos filos, de imprevisibles consecuencias: resulta necesaria -piensa uno- cuando se llega situaciones como ésta que estamos viviendo en el país, al límite -o más allá- de la miseria, pero su demagógica manipulación pudiera conducir al extremo territorio contrario del que se pretende abolir, porque los extremos se tocan casi siempre.