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El rechazo > Francisco Pomares

Parece que los españoles estamos cada vez más convencidos de que esta crisis inacabable es responsabilidad de una casta de banqueros irresponsables, que han sido consentidos y protegidos por el poder. No es la única verdad, pero es una explicación consoladora, porque deja nuestra propia responsabilidad como ciudadanos y consumidores al margen. También creemos que los políticos se están convirtiendo en el problema más grave del país, que solo se ocupan de sus asuntos e intereses y mientras tanto las administraciones no funcionan.

La peor parte del rechazo general a lo público se la llevan las administraciones regionales. Su formato ha sido siempre criticado por los ciudadanos más conservadores y por los habitantes de los territorios del centro peninsular, tradicionalmente contrarios a cualquier veleidad secesionista de la periferia. A ellos se suman hoy millones de enfadados por los recortes en educación, sanidad y asistencia social, asuntos que dependen de las Autonomías. La gente no entiende que se cierren colegios y quirófanos mientras se mantienen policías y televisiones carísimas. No es lógico que no se disponga de un hidroavión contra los incendios pero siempre esté disponible un helicóptero para pasear al presidente de una isla a otra.

Son ese tipo de cosas las que enfadan al personal y hacen que la mayoría olvide cómo funcionaba el país antes de la descentralización, cómo se vivía en España -especialmente en la España de la periferia- cuando todo dependía de la Administración central del Estado. Es verdad que el sistema era mucho menos costoso que ahora, pero también era muchísimo más injusto. Y conviene recordar que no han sido las Autonomías las que han creado el problema de la deuda. Su deuda conjunta es ocho veces inferior a la de la Administración central. Si ahora tiene problemas es porque no se les deja pedir dinero -y pagarlo- como han hecho siempre. El Estado exige a las Autonomías esfuerzos en la contención del déficit que él no está dispuesto a asumir. Pero de eso no se habla ni se escribe: sin duda en las regiones se ha administrado mal, se han construido aeropuertos sin aviones y estadios en medio de la nada. Pero no es verdad que la vuelta al centralismo sea la solución. Los países más ricos del planeta funcionan con mecanismos de descentralización regional absoluta. Lo que ocurre es que en España hemos alimentado siempre un miedo atávico al federalismo, que es un sistema de responsabilidades asumidas: cada región administra sus recursos, sin tutelas estatales ni falaces deudas históricas. Y el estado regula. No premia o castiga en función de quien gobierne en cada sitio.