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En la plaza pública > Francisco Pomares

Ese personaje irrepetible que es Alberto Vázquez-Figueroa, novelista, periodista e inventor de tecnologías imposibles en sus ratos libres, se despachó el otro día a gusto en Radio San Borondón, ante los micrófonos de Cesar Rodríguez Pláceres. Vázquez-Figueroa se ha convertido en los últimos años en uno de los últimos heterodoxos españoles: habla con una creciente contundencia, sin papas en la boca, denuncia la falta de honestidad de un sistema que no piensa en las personas sino en el beneficio, y se apunta a cualquier bombardeo. Personalmente, cuanta con toda mi simpatía. Las sociedades necesitan hombres dispuestos a decir lo que piensan sin pararse en prendas.

Después de denunciar durante años el monopolio efectivo del agua por parte de cuatro grandes empresas europeas (él ha inventado un sistema barato y ecológico de desalación que nunca ha tenido apoyo institucional) Vázquez-Figueroa la ha emprendido ahora con los responsables de la crisis: en el lenguaje desparpajado que le caracteriza, ha dicho que en este país nuestro no se va a solucionar nada hasta que “no se coja a 20 banqueros y 20 políticos y se les ahorque en una plaza pública como escarmiento” para que los demás cojan recorte. Sin duda, se trata de una bronca boutade, en la que ni el propio Vázquez-Figueroa cree. Pero esa brutal terapia -planteada más como exorcismo que como propuesta de acción- es también la expresión del malestar inagotable que se extiende por la sociedad española ante la impunidad de los unos -los banqueros que llevaron al país a la crisis financiera y económica – y la inanidad de los otros -sus cómplices políticos. Es verdad que esta crisis es responsabilidad de todos: cuando el crédito era un maná inagotable, todos nos lanzamos estúpidamente a acumular deuda y comprar irreflexivamente más de lo que podíamos pagar. Pero la ciudadanía está pagando su irreflexión -¡y de qué modo!- mientras los principales beneficiarios de este desastre -los tipos que se instalaron en sus privilegios de oro macizo- han salido absolutamente de rositas, con sus fortunas personales intactas y sin despeinarse. Existe una complicidad efectiva, que llega a constituir un auténtico directorio cruzado en las alturas del Gobierno, entre finanzas y política. A veces son incluso los mismos, retratados en momentos distintos. No estoy por ahorcar a nadie. Ni siquiera me gusta que se hable de ello. Pero algunos deberían pagar con la pérdida de sus bienes o la cárcel, la factura de todo el dolor y sufrimiento que nos espera. Eso no va a arreglar la situación, pero quizá nos suba la moral como nación.