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Ha recorrido toda España el desafortunado exabrupto de la pobre subnormal (elegida en las urnas: cada uno vota lo que puede) Andrea Fabra, insultándonos groseramente a la totalidad de los españoles, con la PProcaz exclamación: “¡Que se jodan!”, ante la posible discrepancia -parlamentaria y callejera- por los disparatados recortes económicos de Rajoy: un exabrupto que define -en solo tres palabras- la epistemología del PPartido al que esta pobre infeliz pertenece; de tal manera que no puede uno por menos de pensar que pocas aberraciones verbales de tal calibre puede haber escuchado ese hemiciclo, desde la amenaza de muerte que la Pasionaria le profirió a Calvo Sotelo en 1936, anunciándole -con todo éxito- que había hablado por última vez, hasta el bestial “¡Todos al suelo!” de Tejero; pero -así y todo- no puede uno por menos de sentir una profunda tristeza al saber que esta última bestialidad haya sido proferida por una PPersona (o algo así) supuestamente acogida a un régimen democrático, en el que todos los ciudadanos insultados (incluso aquellos que la han votado) le sufragamos su sueldo, sus dietas y sus gastos.

Posiblemente la democracia tenga sus ventajas y sus inconvenientes, pero (al menos eso piensa uno) tal vez sea el menos malo de los sistemas de convivencia, y resulta preferible asumirla antes que ponerle palos en sus débiles ruedas; de tal manera que nunca olvidaré -hace ya muchos años- la frase de un millonario socialista chileno -pienso que es compatible- que me dijo en el bar del Hotel Mencey , cuando todavía Pinochet interceptaba una parte de las libertades civiles de aquel país: “Prefiero una mala democracia a una dictadura”: tardé algún tiempo en comprender que para un emergente de la miseria dictatorial, un atisbo de luz, constituía una alegre esperanza.

En cualquiera de los casos, piensa uno que el hemiciclo parlamentario constituye una excelente caja de resonancia pública, a cuyo través los contribuyentes le podemos tomar el pulso político al país, como ha ocurrido ahora con esta aberrante exclamación de una pobre subnormal: paralelamente, no me resisto a citar (lo he hecho en otras varias ocasiones) la voz anónima de un parlamentario, que en julio de 1936 respondió al último discurso de Calvo Sotelo en el que afirmaba con énfasis, que si su ideario era ser fascista “yo soy fascista”, exclamando: “¡Vaya novedad!”.