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Evidentemente> Juan Hernández Bravo de Laguna

Televisión Española ha retransmitido los Juegos Olímpicos de Londres, mientras las televisiones privadas se han limitado a ofrecernos retazos informativos. Es una cuestión de derechos que es preciso comprar, porque unas olimpiadas constituyen un espectáculo que mueve mucho dinero y cuyos aspectos económicos están muy establecidos. La semana pasada se celebraron las pruebas de atletismo, y la televisión pública española nos brindó horas y horas de emisión desde el estadio olímpico. Para hacerlo, se sirvió de sus tres comentaristas habituales de las pruebas atléticas y una entrevistadora en la que denominan zona mixta del estadio. Pues bien, después de la mediática victoria en los 100 metros de Usain Bolt, esta periodista se dispuso a entrevistarlo y protagonizó un hecho lamentable que supera con creces el nivel de una simple anécdota. Cuando comenzaba la entrevista empezaba también una ceremonia de entrega de medallas, y la entrevistadora pretendió ignorarla. Con todo el estadio puesto en pie para escuchar el himno del vencedor, en este caso los Estados Unidos, tuvo que ser el propio atleta quien le diera una lección pública de civismo y profesionalidad, haciéndole notar el himno y volviéndose para escucharlo respetuosamente de pie y en silencio. Después, terminado el himno, se dispuso a seguir contestando las insulsas y previsibles preguntas de la periodista española. Y se trata de un corredor que no es estadounidense, sino de Jamaica.

¿Qué podemos decir de alguien que no respeta un himno nacional por televisión en directo ante toda España y encima lo hace mientras está trabajando de periodista en la televisión pública española? ¿Qué opinará de los que silban el himno de España y de los que aplauden y justifican esa conducta? ¿Qué habrá pensado Usain Bolt de España y de los españoles? Desde luego, no cabe sino experimentar un profundo sentimiento de indignación y vergüenza ajena. Pero aún había más. No contenta con lo que había hecho, la entrevistadora no pidió disculpas y se mostró encantada de que Bolt la hubiera atendido. Igual hicieron los comentaristas y los presentadores del estudio, que dijeron envidiarla por haber estado junto al corredor. O sea, además de una grave falta de respeto a un himno nacional y a Bolt, pretendiendo que contestara mientras sonaba el himno, una pobre muestra de complejo de inferioridad, papanatismo y mentalidad de periodismo rosa. Todo muy en clave de cultura española. ¿Nadie de Televisión Española tiene nada que manifestar al respecto? ¿Quién selecciona a estas personas? Porque se le supondría un inglés excelente y ni siquiera eso la justifica: todo el tiempo se expresó en un mal inglés pobre de recursos, tan pobre que en una ocasión confesó que no entendía el acento de un corredor jamaicano y en otra una corredora norteamericana le dijo que no comprendía lo que le preguntaba.

Un hecho reprobable que no resiste el menor análisis, igual que no lo resisten las políticas publicas deportivas de nuestros Gobiernos de la democracia, tanto socialistas como populares. Son -han sido- unas políticas nefastas, que han conseguido llevarnos a la inferioridad deportiva internacional que padecemos y han producido un país y un pueblo sin cultura deportiva ni olímpica. En realidad, el problema es que se han limitado a proseguir la línea de las políticas deportivas del franquismo. Muchas dictaduras han utilizado el deporte como instrumento de legitimación y escaparate de sus supuestas bondades. Los ejemplos paradigmáticos serían la extinguida Unión Soviética y los Estados comunistas europeos, en particular la antigua Alemania Oriental, con sus atletas hormonadas y demás escándalos, y la Rumanía de Ceaucescu y su explotación de las niñas gimnastas. Es una política que siguen hoy en día países como Cuba o Corea del Norte, con niveles deportivos muy superiores a los que se podría esperar de sus niveles económicos y, en el caso de Cuba, muy superiores a los que imperan en su entorno.

Sin embargo, el franquismo no siguió la impronta de esas dictaduras, no apostó por los deportes básicos, por los deportes reyes de las olimpiadas, el atletismo, la gimnasia y la natación. Apostó por el fútbol profesional y, en concreto, por el Real Madrid. En contra de lo que cabría esperar de su ideología, alentó un apoyo meramente retórico a la selección nacional y a la mitología de los tiempos de Zarra. También aprovechó el famoso gol de Marcelino y la victoria sobre los soviéticos que nos dio el primer Campeonato de Europa. Pero su apuesta segura fue siempre el fútbol profesional y la proyección europea y mundial del Real Madrid, en una época en que el objetivo del régimen era romper su aislamiento internacional. Los años 50 no solo fueron los años del tratado con los Estados Unidos, la visita a Madrid del presidente Eisenhower, el concordato con la Santa Sede y la entrada en la ONU. Fueron también los años de las primeras cinco Copas de Europa madridistas, que le abrieron a España las puertas del continente.
Uno de los tres comentaristas habituales de las pruebas atléticas de Televisión Española tiene una muletilla que reitera de continuo. Sin venir a cuento, suele repetir “evidentemente” casi en cada frase. Vamos a permitirnos tomarle prestado el adverbio para afirmar que, evidentemente, ya va siendo hora de que los Gobiernos españoles se tomen el deporte en serio.