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Gonzalo Moliner> Luis Ortega

No es solo el pío Carlos Dívar -de comunión diaria y santos fines de semana en oratorios con muchas estrellas en la monacal Marbella- quien tiene un morro que se lo pisa. No le van a la saga, sus colegas en el Consejo del Poder Judicial, entidad inútil, repartida por cuotas, cara, desprestigiada y prescindible. Estas eminencias que gobiernan la justicia en España, presididas por Gonzalo Moliner, no fueron capaces de tomar una decisión sobre la petición de indemnización de un cargo dimitido y, no por causa profesional o de conciencia, sino por gastar fondos públicos para uso propio. El sucesor del aprovechado aplaza la decisión a que Hacienda les responda sobre una ampliación presupuestaria de 44.000 euros, por si se tuviera que pagar, este año, los 208.000 euros que reclama el peregrino de los Santos Lugares por los servicios prestados. Es un escándalo grosero para cualquier viandante con una pizca de ética. La petición de Dívar (que, en un gesto de honradez, debería devolver el dinero impropiamente gastado en sus largas y gozosas estancias marbellíes) y el mareo de la perdiz de Moliner y compañía revela el respeto que sus propios miembros le tienen a la institución; el protagonista por listo y los otros por cobardes, pues no son capaces de mandar al pícaro a freír chuchangas y se ocultan bajo el ala de Montoro, esperando que el oficiante de los viernes de dolores niegue las pretensiones de un personaje, que resulta inaudito que haya encabezado nuestra cúpula judicial. Lo que menos me importa es que el sucesor del turista semanal a cuenta del erario público, eche la pelota al alero del gobierno. Lo que me preocupa y alarma es que, quienes, en nombre de distintos partidos políticos, gobiernan el poder judicial, alberguen dudas en una sinvergonzada, legal posiblemente, pero lisa y llanamente deleznable; que pongan los parches de Sor Virginia y no demuestren al país que merecen su confianza. En las alcantarillas públicas, que existen y lo sabemos, habrá medios y modos para compensar, si así lo creen necesario los responsables, a los confidentes, infiltrados y golfos de distinta naturaleza. Pero eviten, por favor, otro bochorno, otro insulto a los necesitados y recurran -si no osan ponerlo en su sitio, es decir: en la mismísima puñeta, bordada eso sí- y acudan a cualquier chanchullo que no les resulte ajeno para pagar a quien, tras reconocer su impresentable actuación, dimitió y ahora, sin temblarle el pulso, pide su manteca. De las cloacas y de noche, por favor.