La guerra del Ifni/Sahara 1957-1958

ANTONIO HERRERO ANDREU | Santa Cruz de Tenerife

Sobre la Guerra de Ifni/Sahara existen varios libros y muchos artículos, reportajes, etcétera. Y se puede comprobar que, mayoritariamente, destaca el heroísmo tanto de la Legión como de paracaidistas, tiradores de Ifni y alguna que otra unidad de las Fuerzas Armadas. Sin embargo, como en este caso, apenas existe alguna referencia al Batallón Expedicionario Castilla 16, cuando entre sus miembros tuvo tres muertos y varios heridos, y en las operaciones que intervinieron demostraron ser lo que se llama auténticos héroes. Triste es que sobre este batallón haya una losa de silencio.

De Badajoz a las arenas del Sahara

El regimiento Castilla 16 organizó en 1957 un batallón de maniobras, que se denominaría Expedicionario y que partiría para el Sahara. Al mando del mismo iba el comandante José Carapeto Salgado. Dicho batallón estaba compuesto por tres compañías de fusiles y una de ametralladoras con la plana mayor del citado batallón. El armamento era el de la época: morteros ligeros Valero, cañones sin retroceso de 75 mm., ametralladoras Alfa 12,70, amén de armas cortas.

El 27 de noviembre de 1957, el batallón Castilla, compuesto por 756 hombres, partía por ferrocarril desde Badajoz rumbo a Algeciras y dos días después, el 29 de noviembre, a las tres de la tarde, embarcaban en el buque Ciudad de Oviedo, desembarcando el 1 de diciembre en Las Palmas de Gran Canaria, y días después, el 9 de diciembre, en playa de la Sarga en Villa Cisneros, desde la Corbeta de la Armada Descubierta, tras un viaje bastante movido.

Aquellos jóvenes soldados que apenas habían sido instruidos para lo que iban a enfrentarse, que era una guerra, desde el primer momento, demostraron un alto grado de preparación, de disciplina y un perfecto manejo de las armas. Y dispuestos a dar ejemplo de esa leyenda que campea en los cuarteles: “Todo por la Patria”.

No tardaron mucho en demostrar que estaban preparados para batirse como héroes, el 25 de diciembre la segunda compañía de dicho batallón, con un pelotón de ametralladoras, junto con el grupo de Policía Nómada nº 4 La Gandara, a bordo de varios vehículos partieron hacia la zona del Istmo de Aucital, siguiendo las huellas del enemigo. La orden era tajante, perseguirlos para destruirlos y tratar de hacer prisioneros para obtener información.

El mando de las compañías era el siguiente: 1ª, capitán José Sanz Alonso; 2ª, capitán Tarsicio Fernández López; 3ª, Casimiro Barrainca Fernández-Nespral; 4ª, Armas Pesadas, capitán José Sánchez Mas y la plana mayor, capitán Ramón Ayuso Casco.

Hay que destacar la fortaleza de espíritu de los soldados del Castilla, donde la logística era algo que apenas existía; la comida, la mayor parte raciones de rancho en frío, una lata de sardinas de 300 gramos, una tableta de chocolate de 60 gramos, una lata de carne de Mérida y un litro de agua para aseo y consumo al día.

La alegría llegó con el aguinaldo de Navidad, procedente de toda España, ya que pudieron degustar turrones, naranjas, vinos, anís, brandy, cava y turrón. El mejor manjar llegó la Nochebuena: un plato de judías a la vinagreta, un huevo duro y un botellín de cerveza.

Cuentan soldados combatientes de aquellas fechas que el día de Nochebuena un grupo de soldados se acercó hasta la iglesia de la Misión Católica de Villa Cisneros a orar ante el Santísimo. En el silencio de aquel templo, un soldado, con un nudo en la garganta, entonó un villancico, y momentos después se unían todas las voces de aquel grupo, pero con lágrimas en sus rostros. Era lo que el santo escribió: “Las lágrimas son la sangre del alma” (San Agustín).

Las bajas en acción de guerra

Quien conozca el desierto comprenderá que el batallón Castilla no solo derrochó valor y heroísmo en aquellas arenas. Y es que el Sahara para conocerlo hay que haberlo pisado de un extremo a otro, aguantar temperaturas de hasta 60 grados, pasar sed y sufrir los efectos terribles del siroco. Hay que tener en cuenta que aquellos soldados de reemplazo desconocían lo que era la guerra del desierto, con el agravante de enfrentarse a un enemigo escurridizo, y que la táctica de su ataque es, siempre que puede, por la espalda. Esto y mucho más fue lo que tuvieron que soportar con fortaleza y valentía los soldados del batallón Castilla. El 3 de enero de 1958 fue un día triste y doloroso para el batallón. La madrugada del 2 al 3 de enero, las bandas rebeldes atacaban el puesto de Argub, donde se encontraba acuartelado el batallón Cabrerizas. En este combate el Cabrerizas tuvo tres muertos, inmediatamente el mando ordenó que la segunda compañía del Castilla saliese para perseguir y, a ser posible, aniquilar al enemigo. Siguiendo las huellas de los del Castilla, localizaron en una explanada a los atacantes. La 2ª compañía se desplegó en cuña al mando del comandante Carapeto y del capitán-jefe de la 2ª compañía. Desplegada la 1ª sección, éstos reciben una lluvia de disparos del enemigo, cuya protección era casi imposible porque era terreno llano.

Testigos de aquel cruento combate afirman que allí se combatía con la única protección de Dios y el escudo de la suerte. Y cumplieron al pie de la letra las estrofas del himno de Infantería: “Que por saber morir sabrán vencer”. En aquel combate el sargento de Complemento, Juan Serrano Leite, una excelente persona que había conseguido con mucho esfuerzo el título de Magisterio al ser de familia humilde, hizo frente al enemigo con valentía junto a su pelotón.

En aquella refriega, unos disparos le alcanzaron en el vientre y, encogido por el dolor, se dobló apretando los dientes. Murió en los brazos de su compañero y amigo, el también sargento de Complemento, José Luis García Fernández, agonizando y mirando a la cara de su amigo, le dijo: “José Luis, tú volverás y podrás conocer a tu hijo”. Efectivamente, volvió y conoció a su hijo.

Al ver a su sargento herido de muerte, acudió el soldado Fidel del Río Menayo. Pero no pudo llegar, una ráfaga lo dejaba muerto en el suelo. Al cabo primero, Jesús González González, que acude a socorrer a sus compañeros, le alcanza un balazo en la frente y cae muerto. El único cuerpo que se pudo recoger fue el del sargento Serrano Leite, los otros dos era imposible, era terreno batido por el enemigo.

Un gesto que honra a un héroe

El combate duró más de seis horas y hay que destacar que, según consta en el historial del batallón Castilla, hay un lugar de honor para el soldado sanitario Braulio Pérez Villoslada, el cual, despreciando el peligro y cumpliendo el compañerismo, subido en un jeep y a pecho descubierto, haciendo fuego con su fusil y con una perfecta puntería hizo enmudecer al enemigo, permitiendo recuperar los cuerpos de sus dos compañeros muertos.

Para tener una idea de este combate del Castilla, y de la intensidad del mismo, la 2ª compañía consumió 13.000 cartuchos del 7,92; 4.000, de 9 mm y 20 granadas de mano. Su última acción de guerra fue el 20 de febrero de 1958, cuando, junto con el batallón Cabrerizas y la IX Bandera de La Legión, grupo de Caballería Santiago y fuerzas francesas, concluyó su campaña de operaciones.

El 19 de junio de 1958, el batallón Castilla era trasladado a Las Palmas de Gran Canaria, donde era felicitado personalmente por el capitán general de Canarias, José María López Valencia, por su extraordinario comportamiento en aquella campaña, donde derrocharon sufrimiento, valor y espíritu de sacrificio.

Los soldados del batallón Castilla rubricaron con letras de oro en las arenas del Sahara lo que tan acertadamente escribió un intelectual: “El heroísmo es el triunfo brillante del alma sobre la carne, es decir, sobre el temor, temor a la fatiga, al sufrimiento, a las enfermedades, al aislamiento y a la muerte. El heroísmo es la concentración deslumbradora y gloriosa del valor…” (Amiel).