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Kilo y medio de fe > Carmelo J. Pérez

La vida está llena de malentendidos, de verdades a medias. A veces esos errores sirven para despertar la magia de los encuentros no pretendidos y las relaciones imprevistas. En ocasiones, empero, las equivocaciones son perversas, se eternizan y tienen la capacidad de vaciar de sentido las cosas más importantes.

Eso sucede en la vida de Iglesia no pocas veces. En lo que muchos consideran un supermercado de lo religioso y no pocos ofrecen con semejante frivolidad, parece haber cabida para todo tipo de compradores y expendedores. Que si me pone usted un kilo y medio de bendiciones para el coche, que me envuelva en papel de regalo estas primeras comuniones, que si me ofrece baratito esta preparación para la boda, que si las rebajas de la penitencia vienen buenas esta temporada…

En el año de la fe, que pronto comienza, estamos empeñados en dotar de sentido lo que hemos dado en llamar Nueva Evangelización, vamos a revisar nuestro lenguaje y nuestras acciones. Porque, si bien es verdad que son legión los que acuden a nosotros con tales esquemas mentales, no es menos cierto que en ocasiones pareciera que el cartel de “Todo a un euro” lo hemos colgado nosotros mismos. Al menos, no siempre lo quitamos de la fachada por aquello de que a alguno atraerá.

El cansancio, nadar contracorriente, la rutina, el polvo del camino, la falta de una relación madura con Jesucristo… Todo eso y mucho más ha hecho crecer una pátina de impurezas que propicia mil malentendidos con respecto a nuestra fe y, lo que es peor, que sirve de referente para que las nuevas generaciones se desilusionen con nosotros aún antes de habernos conocido.

Es el tiempo de gritar a los cuatro vientos con rotundidad que en este supermercado solo se vende pan. “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás”, dice el Señor. Y ese es el único alimento que cabe esperar de la Iglesia.

Si Dios es nuestro único tesoro, si es lo único que podemos ofertar, llega el tiempo de mirarnos y mirar a nuestro alrededor para determinar si lo que hacemos y cómo somos se corresponde con lo que se espera de un testigo de la paz que sólo ese pan puede dar.

Poco a poco, con determinación pero con la prudencia de quien no quiere quebrar la caña cascada ni apagar el pábilo vacilante, con serenidad y mirando a los ojos de quienes vienen hasta nosotros, es tiempo de cerrar puertas a los malentendidos estructurales, llamémosles así.

Es tiempo de autenticidades, más allá de costumbres y ritos. Es momento de lo genuino, de lo que nace de Dios. Es tiempo de ponerlo todo en duda, en estado de revisión, para salir confirmados.

Nos anima la experiencia de haber probado ese pan que Dios ofrece y saber que sólo él convierte en un amanecer lo que otros interpretan como la caída de la tarde.

@karmelojph