POR QUÉ NO ME CALLO >

La ceniza política > Carmelo Rivero

El tema del fuego no desiste y vuelvo sobre él prevenido. Rara vez es tan actual y se ajusta peligrosamente al estado de cosas. ¿Qué se quema? ¿El monte únicamente? ¿Una etapa, un sistema, un modo de convivencia, un país? De momento, el territorio de la política crepita.

En Las Caletillas, basta mojarse los pies y empaparse de vida con las olas, estas no de calor. Mientras el mundo sigue girando y La Gomera rompe fuego. Esta sobredosis de incendios forestales, obra de “terroristas ambientales”, como los llama con lógica iracundia Ángel Fernández, director del Garajonay (que sufrió 1.000 de las 5.000 mil hectáreas arrasadas), indigna. La barbarie del pirómano sin ajusticiar es como la fuga de Dámaso el Brujo en los montes de Anaga en los años 90: llegado el caso, era él o la sociedad, víctima de su incontinencia predadora. Se había desatado un estado de alarma y todos forzaban su captura.

El fuego de La Gomera ha sido un mal enemigo terco, que por último imita a la lava a través del subsuelo. Estaba precedido de los malos recuerdos del 84, que se cobró veinte vidas. Hemos avanzado en cualificación técnica en la lucha contraincendios, como prueban los desalojos masivos, pero hay carencias que están a la vista. El burlesque político de Cañete y las autoridades canarias, enfrentados sin pena ni gloria (el “y tú más”) en la parodia sobre los hidroaviones (sin contar los del favor marroquí) y el nivel de las llamas exige una sentada para zanjar nuevos despropósitos en el futuro.

Pero me temo que la renovada marea del fútbol reduzca el contencioso a un intercambio de goles. En política, los fuegos, los temblores (el triple sismo en Tenerife en la madrugada del viernes, de origen tectónico, deja al Teide al margen) y hasta los huracanes (bajo vigilancia el Gordon después de lo del Delta de 2005) son la carnaza perfecta para evadirse de la crisis y volver a las estériles guerras mediáticas domésticas.

Vivimos en la era global del pirómano subversivo. En manos de incendiarios ventajistas. Lo estamos viendo en la hoguera de las vanidades de la economía europea y en la ola de fuego y calor que recorre España, maniatada estólidamente ante una panda de criminales rapaces que burlan la ley con la mecha encendida. Se ha impuesto la política de tierra quemada. Y urge renovar los hábitos y preceptos caducos tras la ceniza política de los partidos tradicionales; hay un caldo de cultivo propicio para nuevos liderazgos (no esta moda de Assange) por definir y concretar en un espacio jurídico civilizado, espero (en todo lo que exceda este marco me resisto a formular pronósticos por higiene democrática; los temores me los reservo).