POR QUÉ NO ME CALLO >

Mario, eccehomo > Carmelo Rivero

El cachondeo nacional a costa de la beata de 81 años que restauró el eccehomo de la iglesia de la Misericordia de Borja (Zaragoza) con el gusto en salve sea la parte, ha agitado la Red, frita por hacer sus propios mitos cavernarios de entre la fauna más cutre del culterío nacional. Dado que el sábado, el IVA cultural se pondrá por las nubes, y la gente tendrá dificultades para ir al cine o al teatro, no ha estado mal este experimento de conversión de un pequeño santuario en antro de la farándula. La gente se ha puesto a la cola para ver el bodrio de doña Cecilia, la artista octogenaria que puso su osadía autodidacta al servicio del cura y transformó un Cristo al óleo del montón, de medio metro por 30 centímetros, pintado en la pared, en una birria, como diría Vicente Verdú. El impacto internacional merece la envidia de Damien Hirst, el rey de las subastas mediáticas con sus vacas, ovejas y tiburones en formol. La han cogido con doña Cecilia, hasta provocarle un episodio de ansiedad, porque exporta la chapuza nacional a todo el orbe y por poco resucita a Carandell. La crisis ya resulta reiterativa y no da para un mísero trending topic. Ni Esperanza Aguirre lo hubiera bordado con su arte para cambiar de tema. De cuando en cuando, en las Islas salta a la luz un cuadro coral en una iglesia con el careto camuflado de un político y, de inmediato, es la comidilla. Pero el artista que inventó esto, antes de que naciera Internet, se llamaba Mario Rodríguez. Mario, el poeta de Los Lavaderos, pintaba unos Cristos naifs que empezaron a cotizarse en el mercado callejero de la Transición, entre conciertos y happenings de Paco Dorta. Cristos que dejan chico a este eccehomo friki y que hoy cuelgan de las paredes de algunas casas nobles. Era un adelantado de la mercadotecnia kitsch. Falsificaba catálogos de las mejores galerías del mundo y difundía la noticia de su próxima inauguración sin ningún pudor. Tenía buena mano, ingenio y una pinta de Charles Mason que me sobrecogía sin poder apartar de la mente el rostro de Sharon Tate. El mundo del arte es caprichoso. Si la buena de doña Cecilia quisiera, dada la fama vagarosa alcanzada entre burlas y veras, se pondría a vender sus Cristos en Christie’s y se forraría. Un amigo pintor accedió, a instancias de un célebre galerista, a mejorar una mala copia de Miró que compró a precio de ganga. Mi amigo, enorme artista, le dio credibilidad al nefasto lienzo, y el galerista se lo mostró al propio Joan Miró: “¡Maestro, al fin he conseguido dar con un falso Miró!” El genio catalán se sorprendió de la calidad de la copia y firmó detrás que el cuadro era falso, a petición del galerista, que no tardó en multiplicar su valor una vez desautorizado de puño y letra por el auténtico Miró.