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Valores olímpicos> Juan Hernández Bravo de Laguna

Ha terminado el paréntesis de los Juegos Olímpicos de Londres, y ya la prensa deportiva y las secciones de deportes de los medios, incluida Televisión Española, pueden dedicarse a lo de siempre, es decir, a ese sucedáneo del deporte que son las noticias sobre la pretemporada de fútbol, el mercado de fichajes, los chismes futboleros, en particular del Real Madrid y el Barcelona, y cosas por el estilo, junto a las insulsas e interminables declaraciones de futbolistas y directivos, y la obsesión por la última hazaña de Mouriño o cualquier otro entrenador mediático. Y encima este fin de semana empieza la liga de fútbol. A eso se circunscriben las prioridades y las inquietudes deportivas de la mayoría de los aficionados españoles, y eso, en consecuencia, es lo que predomina en la información deportiva, salvo las anécdotas y los récords olímpicos, que siguen dando juego con profusión del adjetivo “histórico” y similares. La mediática victoria en los cien metros de Usain Bolt la primera de todas, por supuesto. Un Usain Bolt que evitó batir el récord del mundo para hacerlo en el futuro, en una de esas competiciones atléticas en las que lo importante no son las medallas, sino el muchísimo dinero que proporcionan.

El balance de unos Juegos, medido globalmente y no solo en medallas y diplomas olímpicos, es un buen indicador del nivel deportivo de un país y de su evolución en los últimos años. Con ciertos altibajos, los resultados españoles de Londres han sido sensiblemente similares a los de Pekín y las Olimpiadas inmediatamente anteriores, lo cual quiere decir que no hemos progresado nada, aunque tampoco hemos retrocedido significativamente. En resumen, se puede afirmar que contamos algo en la mayoría de los deportes de equipo, no en todos, y que lo hacemos gracias al esfuerzo privado y a los conjuntos profesionales, que fomentan y cuidan canteras y vocaciones deportivas. Y contamos asimismo en deportes que podríamos denominar periféricos, como la vela, el piragüismo, el remo o el taekwondo, unos deportes muy minoritarios, por los que no muestran ningún interés la mayoría de los españoles, que no conocen ni sus reglas ni sus resultados, y de los que los medios no se ocupan en absoluto. Por otro lado, nuestro panorama deportivo en la especialidades básicas y fundamentales del olimpismo, el atletismo, la natación y la gimnasia, es desolador, salvo excepciones que confirman la regla y que son fruto únicamente del esfuerzo personal y privado.

Televisión Española ha retransmitido los Juegos Olímpicos de Londres, mientras las televisiones privadas se han limitado a ofrecernos retazos informativos porque la televisión pública española compró los derechos de emisión. Y cubrió todas las competiciones en las que participaban españoles, incluyendo la hípica, el boxeo o la lucha, y algunas otras de interés. Esto hizo que prestara atención y cobertura a deportes por los que nunca se ha interesado ni se va a interesar hasta dentro de cuatro años, y que entrevistara a deportistas españoles a los que nunca hizo el menor caso ni les va a volver a hacer. Deportistas muchos de los cuales han tenido éxitos internacionales que no han merecido ni una mención en los informativos públicos.

Si la mayoría de los españoles entienden por deporte el fútbol profesional, con el añadido de Pau Gasol y Rafa Nadal, es comprensible que los medios privados apuesten su dinero a lo que proporciona audiencias y lectores, y le dediquen una atención obsesiva. Pero no es de recibo que nuestra televisión pública use el dinero de los españoles, con el que se financia, en hacer lo mismo, y en marginar a tantos deportes y tantos deportistas españoles que luego son los únicos que triunfan en unos Juegos, mientras el fútbol hace el ridículo. Las políticas publicas deportivas de nuestros Gobiernos de la democracia, socialistas y populares, no resisten el menor análisis. Son -han sido- unas políticas nefastas, que han conseguido llevarnos a la inferioridad deportiva internacional que padecemos, y han producido un país y un pueblo sin cultura deportiva ni olímpica. Si la televisión pública colabora en el disparate y hace lo mismo, nuestro futuro deportivo distará mucho de ser halagüeño.

Mención aparte merece el fútbol profesional. Más allá del fracaso de la selección española, se impone una reflexión sobre su papel en unos Juegos Olímpicos y su compatibilidad con los valores propios de unas Olimpiadas. El fútbol es un deporte singular por muchos motivos. Abundan en él más de lo deseable los comportamientos antideportivos y agresivos de jugadores, entrenadores y técnicos; su acoso y graves faltas de respeto a árbitros y jueces; las agresiones alevosas entre jugadores, con participación incluso de entrenadores y técnicos; las faltas intencionadas que ponen en peligro la integridad física y la salud del contrario; la simulación de lesiones; las pérdidas deliberadas de tiempo y la intención de engañar. Todo eso deriva en un clima de agresividad muy acentuada de los jugadores entre sí y en contra del árbitro, en unos niveles de enfrentamiento y acoso que tampoco se dan en ningún otro deporte con esa intensidad. Unos comportamientos que no parecen muy compatibles con el olimpismo ni con los valores olímpicos. Igual que el comportamiento de Televisión Española y de nuestras autoridades deportivas.