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Acerca de famas inmerecidas – Por David Sanz

Cuando en Tenerife o Gran Canaria me echan en cara el dineral que el Gobierno de Canarias se ha gastado en las carreteras de La Palma, en una de esas sobremesas largas y pegajosas de verano, como si yo fuera el doble de Antonio Castro, me confirman que el pleito entre las islas se cura cambiando de vez en cuando el tranvía por el avión o el Salcai por el barco, es decir, viajando. Esto demuestra, también, que hay determinadas mentiras que si se repiten más que el ajo acaban calando en la conciencia colectiva. Porque hubo un tiempo, no tan lejano, en el que se llegó a sugerir que La Palma había poco menos que provocado la desinversión en obras públicas de Tenerife y Gran Canaria. Basta recordar aquellas declaraciones de Cristina Tavío, en plena posesión chicharrera, criticando que la inversión pública se la llevaba el entonces consejero Castro Cordobez para su isla, “donde no hay casi ni personas”. Escuchando a la entonces lideresa del PP tinerfeño, parecía que aquí, en la Isla Bonita, el asfalto se producía al ritmo del bienmesabe y las autopistas sobrevolaban la Caldera. No hay más que ver la carajera armada con la construcción de la segunda planta de asfalto y la que se lió al proyectarse una autovía entre las dos zonas más pobladas de la Isla para comprender lo desenfocado que está ese planteamiento. Claro que se hicieron obras importantes en La Palma, sobre todo en la etapa donde el actual presidente del Parlamento de Canarias estaba al frente de Obras Públicas. Pero nada tan desmesurado como para soportar esos exabruptos pleitistas de los que disfrutan tanto en sendas metrópolis atlánticas y tan mal regusto dejan en las islas periféricas. Al contrario, en carreteras no se ejecutaron las inversiones necesarias para corregir ese déficit histórico que padecen las islas que habitan más allá de la ultraperificidad. Si no que se lo pregunten a los vecinos de Tijarafe o Puntagorda, por no mencionar a la eterna olvidada, Garafía. Claro que también se han cometido disparates, como la obra entre Los Sauces y Cruz Castillo, que a alguien, en un momento dado, se le fue de las manos. Hay tramos, como el de Gallegos, hechos una auténtica chapuza a la espera de un supuesto modificado, que en otros tiempos se dispensaría alegremente, pero pasada la época del café para todos, tardará demasiado en llegar, incluso a La Palma.