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Querido y estimadísimo señor don Antonio Alarcó, excelentísimo senador del PP por Tenerife, ilustrísimo consejero del Cabildo insular, doctor en Periodismo, catedrático en Medicina y un largo etcétera:

Estimado señor, no pensaba meterme en este lío, quiero decir en la redacción de esta misiva, pero la culpa creo que es de usted, o mejor, del que lo llamó ayer desde una radio de Tenerife a horas intempestivas. Usted, y esta es una virtud que todos le reconocen, fue además capaz de coger el teléfono (pese a que es probable que pensara en dejarlo sonar o bien resbalar sobre la mesilla de noche…) y de ponerse a hablar a través de él. Y todo esto lo hizo ayer a poco de que dieran las ocho; de la mañana, entiéndase.

Estimado señor, debo decirle que, pese a lo tarde que en la noche del jueves me encontré con el sueño, el sonido de la radio me puso los ojos como chernes y los oídos muy blanditos, y que desde que usted empezó hasta que terminó con el bla, bla… no hice otra cosa que escucharlo atentamente, muy atentamente. Usted, señor Alarcó, hizo lo que acostumbra: defender a muerte que lo que usted inspira y hace siempre es lo mejor, o al menos no hay manera de ver que pueda estar mal hecho, y qué decir si de lo que se trata es de mentar el nombre de su partido, el PP, el que hoy está en el Gobierno del país, el que preside Mariano Rajoy. Siguiendo estas pautas, ¡y yo que estaba dormido!, tuve que desayunar palabras desabridas, vagas, vulgares, simples, demagógicas, burdas, insípidas, planas, vacías, oscuras, intrascendentes, sobrantes…; tuve que desayunar algo que no fue, para nada, sentido común, y que, entiendo hoy sin acritud, era la más noble salida que usted, señor Alarcó, tenía en esa encerrona, sobre todo si lo que se quiere es no hacer el ridículo.

Pero no: yo no solo hago las cosas bien sino que mi partido es igual que yo y también lo hace todo bien, y yo…, y yo…, y yo… Y claro, siempre se concluye, se remata, con la herencia de Zapatero. Puro manual pepero. La verdad, también pensé, es que los otros no son muy diferentes, pero a mí, y sigo dirigiéndome a usted, señor Alarcó, todo esto, principalmente lo de despertar a la gente a esas horas y con esos desenhebrados discursos, me pone malo, muy malo. Y es a esto a lo que atribuyo las pocas ganas que luego me entraron de desayunar, tras tanta verborrea, lo que horas después me llevó a escribir, ya sin remedio, esta carta, que seguro que ahora mismo usted lee. Un buen amigo mío siempre decía esto de: “Me enamoran tus silencios…” Ese amigo, que seguro que ahora también lee esta carta, sabe bien de lo que hablo, y ya le adelanto que el significado dado poco tiene que ver con estrategias de acercamiento a otras personas.

A lo que iba: que usted me despertó, y que además lo hizo para decirme, a mí y a los demás que escuchaban, que la tremenda chorrada de la moción que el PP aprobó el jueves en el Senado sobre el palabro conectividad con el resto de España, con la que no es continental, o sea, con Canarias…, y el asunto de las bonificaciones del 50% en billetes aéreos y marítimos, sí, esto mismo…, que esto y lo que aprobó el PP en la Cámara Alta, con usted en ella; es decir, lo de la “disponibilidad presupuestaria”, que esto mismo, lo que ayer sacaron todos los periódicos canarios en sus primeras…, que todo eso no es lo que los periódicos dicen que puede ser. Quizás así sea; quizás así no sea… Pero vayamos al grano, señor Alarcó: ¿es usted capaz de asegurar que el PP no se atreverá a recortar las ayudas al transporte para personas residentes en Canarias, Baleares y Ceuta y Melilla, más islotes y variados roques? Ésta es la cuestión, señor Alarcó, y esto no fue capaz de asegurarlo porque quizá los periódicos de ayer algo razonable tenían en sus páginas… Cuando el río suena, agua lleva. Perdón por haberle amargado el desayuno. Adiós.