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Barones rampantes > Nuria Roldán-Arrazola

Era mediodía en Villa Ombrosa y la familia del barón Arminio Piovasco de Rondó celebraba el almuerzo. Cósimo, primogénito del barón, se resistía frente a un plato de caracoles: “¡He dicho que no quiero y no quiero!” Ante tan airosa muestra de rebeldía el barón increpó a su hijo para que abandonase la mesa. Cósimo así lo hizo; dirigió sus pasos al jardín y se subió a una encina y de allí a un árbol frondoso de gran altura. Nunca más volvió a bajar. Cósimo separó así su suerte de la del resto de su familia; estudió derecho y participó activamente en la vida social y política de su ciudad y región, siempre atento a las necesidades de los demás, intentando ser útil y benefactor, pero siempre desde los árboles. La rebeldía de un adolescente suele abrirse paso por el más insignificante de los hechos, la más simple cosa cotidiana; puede dar rienda suelta al malestar que se ha ido gestando en lo más profundo del alma de un adolescente. Al igual que Cósimo, nuestros adolescentes actuales se rebelan ante los ambientes dictatoriales que aún prevalecen en nuestras aulas… Ante la afirmación de una autoridad desprendida de legitimidad moral, compromiso y cariño, sólo queda la peor lectura de la disciplina, el conjunto de normas que, permeadas por el positivismo más ramplón, encorsetan e infringen un enorme dolor en aquellos que se ven abocados a la obediencia sin más. Ciertas formas y comportamientos, presentes hoy en nuestras instituciones educativas, generan malestar que por su persistencia en el tiempo y en los modelos terminan creando un ambiente de confusión e inhibición en el sujeto. Ante esto, nuestros adolescentes acometen su resistencia de varias formas: sometiéndose a la autoridad o rebelándose. En el primero de los casos, tendremos a jóvenes hipócritas que harán lo que se les pide acumulando un resquemor malsano que les produce un profundo sentimiento de agravio. En estos casos el sistema no se ocupa y considera que funciona bien, puesto que no existe conflicto. En el segundo de los casos, nuestros jóvenes se enfrentarán intentando hacer valer su posición, su forma de ver las cosas y su compromiso con el cambio. En este segundo caso el sistema se defenderá viendo en esos comportamientos el comienzo de la rebeldía y el motín, y hay que defender al status quo. Nuestro sistema educativo refuerza el primero de los comportamientos porque aparentemente no genera conflicto, mientras que reprime el segundo porque representa la inestabilidad y el cambio. El primero de los casos es, sin duda, el más nocivo y el que más hondas consecuencias tiene en la convivencia democrática y en libertad, porque adormece lo mejor de nuestros estudiantes y reafirma la armonización y homologación, con lo único que el sistema está acostumbrado a lidiar. Pero es, sin duda, la peor de las opciones posibles, porque generará un profundo malestar y en el medio-largo plazo promoverá la hipocresía y la falta de autoestima. Este funcionamiento puede estar detrás de los altos porcentajes de abandono y fracaso escolar. Mientras tanto, los barones rampantes siguen en los árboles considerados raros, incómodos y disidentes; sin embargo, su comportamiento resulta menos nocivo: primero para ellos y después para su sociedad. Nuestras aulas están plenas de barones rampantes potenciales, no sólo en los pupitres sino en las tarimas, barones que pueden ser canes si tomamos la referencia de nuestra bandera en lugar de la novela de Ítalo Calvino, pero rampantes en cualesquiera de los casos.

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