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Carrillo > Alfonso González Jerez

Junto a los panegíricos más o menos rituales pueden ustedes escuchar o leer otras esquelas más agrias de Santiago Carrillo. Pueden dividirse en dos grupos. Los anticomunistas. Piensan lo mismo de Carrillo (o lo mismo que pensaban sus padres) que hace cuarenta años. También piensan lo mismo de Franco, aproximadamente, espada de Occidente del que solo les incomoda la vulgaridad o cierto exceso de sangre. El anticomunismo, como el catolicismo moderno, cuenta con la comodidad catecuménica del dogma. Si alguien es comunista ya está todo dicho: ha quedado condenado a los infiernos de Dios o de la Historia. Son los que gritan “Paracuellos, Paracuellos!”, como si estuvieran vendiendo bufandas. Son los que dicen que si Carrillo hubiera ganado la guerra civil aquí se habría instalado una dictadura soviética. Como si la guerra civil se hubiera jugado entre Franco y Mola por un lado y Carrillo y la Pasionaria por el otro a pedrada limpia. Es un mecanismo de ficción que siempre se aplica a los perdedores: de acuerdo, fueron derrotados y masacrados, es cierto, para instalar una dictadura zafia y brutal, no lo discuto pero es que si ganan la cosa hubiera sido tan terrible. Sustituir los horrores del franquismo por las fantasías de una tiranía estalinista en España tiene un valor argumental, digamos, limitado.

Al otro lado está la verdadera izquierda. La portadora de la lucidez insobornable. La realmente comprometida consigo misma, incluso, solo y exclusivamente consigo misma. La que sabe de buena tinta que la Transición fue un montaje, la monarquía parlamentaria un astuto fruto de la Trilateral, la Constitución de 1978 una burla inaudita hija del pasteleo con los franquistas y Carrillo, en fin, un negociador mercachifle que renunció a la ruptura revolucionaria a cambio de un plato de lentejas con escaños y alcaldías como suculentos tropezones. Carrillo, que le estrechó la mano a Stalin, vendió el alma del PCE por intentar ser Berlinguer, fracasando miserablemente, entre otras razones más poderosas, porque ni por estatura, ni por cultura, ni por el nudo de la corbata podía ser Berlinguer. Por supuesto, se trata de otro mecanismo sustitutorio: no dejes que la realidad, en su incesante y asquerosa complejidad, arruine mis prístinas convicciones ideológicas.

Yo creo que a un hombre se le debe medir por sus mejores momentos, y no por la sucesión de errores, fracasos y despistes que conforman cualquier vida. Después de una larga y áspera travesía y del anquisolamiento de sueños y esperanzas Carrillo optó, aguijoneado por incentivos racionales, por colaborar a construir una democracia parlamentaria basada en una Constitución consensuada No más, ciertamente, pero tampoco menos, y ese menos era mucho a finales de los setenta. No está mal, en una biografía plagada de traiciones, renuncias, egomanías, excomuniones y persecuciones, poder presentar un óbolo de apertura democrática, derechos políticos, progresismo pragmático y concordia nacional.

@AlfonsoGonzlezJ