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Carrillo esperó la muerte fumando, pero llegó en la siesta > Carmelo Rivero

Carrillo fumaba como un carretero. Lo conocí personalmente cuando tenía 90 años redondos y caminaba con cierta dificultad. Su viuda, Carmen Menéndez, era una mujer callada y amable que permanecía en un segundo plano como había hecho desde que se casaron en París. Al final de la entrevista, el exsecretario general del PCE me confesó: “Fumar es malo. Yo soy una excepción”. Se pasó la vida esperando la muerte fumando, pero llegó en la siesta.

Estuvimos hablando una hora de lo humano y mundano de su vida azarosa. Daba la impresión de creerse longevo y sano por mucho tiempo todavía, y no erraba en sus cálculos: le quedaban siete años por delante. Hago esta observación, porque en esa hora de conversación intensiva me dijo varias veces que tenía unos cuantos libros aún por escribir y que los haría. 

El autor Santiago Carrillo había logrado sustituir con éxito al todopoderoso líder comunista de la clandestinidad, que siempre tuvimos por hombre duro, a juzgar por cuantos hablaban de él con prevención. A los 90 era un hombre tierno con la memoria fresca. Me relató una escena impactante. En los primeros meses de la guerra, una joven “hermosa”, tal como la describió, pidió verlo. Carrillo era comisario de orden público de la Junta de Defensa de Madrid. La joven, una vez dentro de su despacho, se le ofreció a cambio de la libertad de su novio franquista, y como quiera que el acoso iba en serio y el joven comunista llegó a sentirse acorralado, pidió ayuda a gritos para evitar que el incidente se le fuera de las manos. Creo recordar que el novio de aquella mujer dispuesta a todo por amor fue liberado sin precio alguno, subrayaba el anciano exdirigente.

Carrillo quería mucho a Juan Negrín. Cuando le pregunté por el fisiólogo grancanario que presidió el último gobierno republicano se le encendieron los ojos, reivindicó su figura y maldijo a quienes le labraron la leyenda negra que manchó su trayectoria, como tantas veces oí lamentar también al recordado Juan Marichal. Mi generación tenía, sobre todo, presente la imagen del Carrillo eurocomunista, coetáneo de Berlinguer, que rompió amarras con Moscú y logró la legalización del PCE un sábado santo del 77 a cargo de Adolfo Suárez. Aquel pequeño hombre fundamental de la Transición que entró en España con un peluquín tras el exilio francés. Y a todos nos mereció mucho respeto que el 23-F se negara, como Suárez y Gutiérrez Mellado, a tirarse al suelo.

Pero, siendo un entrañable vestigio del siglo que se fumó casi por completo, un contertulio sentencioso y perspicaz, en La Ventana, con Genma Nierga, y una voz inconfundible que los imitadores de este país nunca sabrán agradecer, no pudo librarse en vida de la capciosa pregunta obligada sobre Paracuellos.

Se la hice en aquel programa de la TVC (Hora 23), en diciembre de 2005. No me dio exactamente una evasiva, pero son muchos los que piensan que Carrillo se llevó la respuesta a esa pregunta con él.