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La señora Cospedal salió a principios de esta semana en defensa de la “indisoluble unidad de la nación española”. El presidente del Gobierno, don Mariano Rajoy, dijo estar dispuesto a hablar con el presidente Artur Mas de los problemas que aquejan al Estado español con Cataluña. ¿Se casan las dos posiciones? Artur Mas anunció el pasado lunes que planteará una consulta sobre la soberanía de Cataluña. El martes anunció el adelanto de las elecciones para el 25 de noviembre. La cuestión es clara, a la par de rotunda: abrir un “periodo de transición nacional” basado en el “derecho a decidir”. ¿El presidente Rajoy hablará con el president Mas de la fecha de la consulta, de que renuncie a la consulta o de que ya se verá si CIU gana por mayoría absoluta las próximas elecciones? Alguien dijo que los cinco años de oposición del PP contra el gobierno legítimo del PSOE más tarde o más temprano le pasarían la cuenta, y con creces. El parapeto del PP entonces fue triple: una, ganancia de votos inmerecida del PSOE por aprovechar los sucesos dramáticos acaecidos en ese momento y por mentir respecto a lo ocurrido en los atentados del 11-M. Dos, la fortificación de las consignas de la derecha católica y radical en contra de las iniciativas civiles del PSOE y, tres, el nacionalismo español. Las tres cosas dejan en suspenso la calidad de la democracia, y la actuación policial, la de los jueces, la reforma del la ley del aborto, subterfugios y malas intenciones en el proceso final de ETA, ahora en suspenso y con alaridos sospechosos frente a lo que señala la ley de partidos que ellos propiciaron, la pluralidad, y… O lo que es lo mismo, por razones de índole electoral el PP separó de sus inventivas a una parte esencial del funcionamiento del Estado y a la concordia, con manifestaciones pavorosas, firmas en contra de y denuncia constitucional del nuevo Estatuto de Cataluña. ¿Resultado?: el revisionismo. Y ahí te quiero ver, porque tal cosa no sólo repercute en la tantas veces mencionada calidad de la democracia sino también a la relación entre distintos, al respeto supremo a los distintos. Luego, no es extraño que se aglomeren en protesta pública centenares de personas ante las puertas del Parlamento con el grito de “¡no nos representan!” frente a 1.400 policías y no es extraño que el desánimo catalán se reanime con el independentismo. ¿De qué hablará Rajoy con Artur Mas? Asunto curioso el que ponen sobre el tapete estos políticos de altos vuelos. Porque si se mira bien se verá que el aliado dilecto y único del PP en el Parlamento de España es CIU. CIU se ha sumado a toda la cadena de recortes y de reformas radicales del PP en el Parlamento de España. El PP ha hecho lo propio en Cataluña. La respuesta a esos actos es sencilla: acuerdo. ¿Firmado? Crepita sobre semejante actitud un desequilibrio cuanto menos sospechoso. La sintonía ideológica entre el PP y CIU es infalible, aunque se tape con que esos catalanes votan con el Gobierno en España por razones de Estado (¿Estado para los catalanes?). La discrepancias parecen, cuanto menos, subterfugios. Así, uno, Artur Mas, pese a que algún líder destacado de su partido ha repetido que CIU no es una organización independentista, que asume la construcción del Estado, se apropia de las atronadoras voces. ¿Por razones de índole electoral, como hizo en su momento el PP? Dos, al PP le viene como anillo al dedo el escándalo de Cataluña. Eso es lo que proclama la señora Cospedal. El asunto, pues, tiene mala digestión. Porque un partido, en la situación en la que nos encontramos, gobierna con decretos leyes con la ayuda de CIU. Y esos decretos leyes no sólo atienden a los recortes y a la carga del desastre en el bolsillo de los trabajadores sino informa de cambios unilaterales de modelo.