el dardo >

César – Por Leopoldo Fernández

Han pasado 20 años, ahí es nada, y sigue siendo el referente por antonomasia de quienes defienden la conservación de la naturaleza, el medio ambiente y la biodiversidad como valores universales y exigencia ineludible para las generaciones presentes y futuras. No sólo porque los recursos naturales deben usarse con criterios racionales y de sostenibilidad; también por razones legales, culturales, económicas, políticas, científicas y aun éticas, ya que los medios al alcance del ser humano son patrimonio de todos y su pervivencia interesa al conjunto de los ciudadanos. Tal día como hoy, en 1992, César Manrique moría a los 73 años, en un cruce de carreteras, cerca de Arrecife. La isla conejera que modeló y diseñó a su imagen quedó huérfana, y con ella Canarias, de los frutos de su magnetismo creativo y su activismo medioambiental, precursor de movimientos ecologistas en guerra contra el desarrollismo depredador. Histriónico ocasional y vitalista, altavoz entusiasta de las mejores causas, César fue -como un todo inseparable de su arrolladora personalidad-, látigo de especuladores y políticos, conciencia crítica de los abusos constructivos, un referente ético de creatividad. Y la voz más autorizada, faro y guía de los caminos que compatibilizan armónicamente las políticas sostenibles con el crecimiento económico y la conservación del patrimonio natural. Pintor, escultor, diseñador, planificador urbanístico, creador de espacios y jardines, arquitecto -sin título oficial, ni falta que le hacía-, paisajista, defensor primigenio de los valores medioambientales de las Islas, su mensaje es hoy, por desgracia, una referencia casi yerma. Nadie ha sido capaz de recoger, en su verdadera dimensión, su legado audaz y estimulante. Ni el Gobierno autonómico, que en 1996 creó un premio anual que lleva su nombre, ni la Fundación César Manrique, que nació en el 92, cuando aún vivía el artista, se han impregnado, como Dios manda, del espíritu y la herencia vivificadora de este genio sensible, sencillo, trabajador y orgulloso de su canariedad. Si hoy viviera, César mandaría a los políticos al exilio por sus inútiles servicios. Al Gobierno de Canarias,“al carajo” por sus directrices turísticas y urbanísticas erráticas, burocráticas, contradictorias e insensibles con la capacidad de carga de las Islas. Y su propia fundación la disolvería por la falta de sentido común de algunos de sus mandamases al malinterpretar su legado y politizarlo con pronunciamientos y actuaciones que algunas veces han dado vergüenza ajena.