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El Cristo y sus octavas > Benito Cabrera

Septiembre es el mes de la exaltación de la Cruz. Citadas por cronistas como Moure, Tavira o Viera, las fiestas del Cristo de Tacoronte, La Laguna, Garachico, Santa Cruz de La Palma y Telde han tenido una gran importancia desde hace varios siglos y en ellas concurrían no sólo el fervor religioso, sino todo un repertorio de elementos etnográficos y culturales. Una de las características de estas fiestas -especialmente en Canarias- es la celebración de su octava.

Esta costumbre de reactivar la fiesta ocho días después se observa también el Corpus y su historia está cargada de simbología. Para los amantes de la cábala y la numerología, la esencia de la octava tiene mucho que ver con la representación alegórica de la regeneración. El cuadrado estaba relacionado con la tierra por sus cuatro elementos, o sus cuatro puntos cardinales.

La forma circular, por su perfección, aludía al cielo. El octógono era el símbolo de la unión entre el cielo y la tierra. Número sagrado ligado a la figura de Jesucristo, se consideró emblema de la resurrección y el bautismo.

Muchas pilas bautismales tienen base octogonal, al igual que la mayoría de las iglesias de los templarios. Por otra parte, la estrella de ocho puntas siempre ha estado ligada a la iconografía de la Virgen de Candelaria. De forma gradual y desde el siglo IV, se distinguieron dos clases de octava, las de Jesucristo y las de los santos.

En la primera categoría se distinguen las de Pascua, Pentecostés, Navidad, Epifanía y Corpus Christi.

En el año 1316, Juan XXII introduce la Octava con exposición del Santísimo Sacramento. Núñez de la Peña, en 1676, dijo de las Fiestas del Cristo lagunero que se celebraban “por espacio de ocho días, en que gastaban muchos ducados en fuegos, comedias, libreas y otros festejos”.