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Como en esas pesadillas en las que sabemos que está a punto de ocurrir algo horrible, ominoso o fatal, los ciudadanos transitan por las calles, se dedican a sus afanes cotidianos, intercambian información, buscan trabajo o intentan conservarlo. Bajo la epidermis grisácea de Santa Cruz ocurre lo que en otras ciudades españolas: niños que se acuestan después de cenar medio bocadillo de choped, familias que viven entre el subsidio y la jubilación de los abuelos, abuelos que cuidan de los nietos, desestructuración familiar creciente, multiplicación de robos y hurtos, agostamiento de la clase media e incluso un neochabolismo germinal como única alternativa para no dormir al raso. Según la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) en el primer trimestre de este año en Canarias se han producido casi 2.200 desalojos judiciales. La inmensa mayoría de los desalojados se han refugiado en las viviendas de familiares lo que, en no pocas ocasiones, ha obligado a fragmentar el núcleo familiar. Es una situación angustiosa y humillante que afecta al elemental bienestar material de los afectados, pero también a su salud emocional y a su estabilidad familiar, y se agrava porque las perspectivas inmediatas son más oscuras aun que su frágil y malherido presente.

La reacción inmediata ante un desahucio es la solidaridad automática. Se trata de una putada inmisericorde que no admite ninguna simpatía, no ya comprensión. Supuestamente no es necesario entender nada, pero nos equivocamos: ahora, más que nunca, no puede renunciarse a entender lo que ocurre. El caso del desalojo de una familia en El Sobradillo, por ejemplo, que disfruta de una vivienda de protección oficial. Los echan a la calle porque no han pagado 470 euros, pero los buenos samaritanos de las redes sociales y los indignados y ofendidos no consideran relevantes ciertos detalles: el padre de la familia está denunciado por falsificación de cheques de la comunidad de vecinos, sobre el hijo mayor pesa una orden de alejamiento, los roces y trifulcas son continuos y muchos inquilinos próximos han solicitado que abandonen la vivienda. 470 euros. ¿Es una mensualidad a abonar? ¿Un trimestre? Y los ciudadanos que, en ese mismo bloque de viviendas están igualmente parados o subempleados, pero que abonan su alquiler, ¿por qué deben seguir haciéndolo, si un pésimo vecino, de quien afirman que los ha estafado, no paga el suyo?

Más grotesco (aunque menos dramático) es lo del autodenominado Centro Cultural Taucho, en la calle Serrano, cuyos ocupantes se retratan como héroes revolucionarios que ofrecen un espacio cultural liberado a todo el barrio, y el barrio sin enterarse. Su programación consiste en ponerse películas mientras se toman unas garimbas e invitar a colegas y colegas de colegas a recitar sus poemas o cantar sus baladas bajo banderas estrelladas. Pero si incluso han dado un curso GRATUITO de malabares y tienen una biblioteca de 20 volúmenes. Pero el poder no soporta este fenomenal desafío político-cultural. Qué chinchoso es.

@AlfonsoGonzlezJ