Los manifestantes del sábado pasado (el 15-S) que repelían la ola de recortes apelando a un referéndum antes de ser alcanzados por la onda expansiva del rescate, cantaban, sin saberlo, Al vent, que era el himno protesta de Raimon en los 60. Al vent del món, coreábamos sin saber catalán invocando al viento del mundo para refrendar la democracia, la gran ausente entonces. Pablo Guerrero aseveraba, con aura de Dylan, “que tiene que llover, / que tiene que llover a cántaros”. Y Caco Senante musicaba el poema insuperable de Agustín Millares Sall, que decía: “Yo poeta declaro que escribir poesía / es decir el estado verdadero del hombre”. Con los versos en ristre, como pedía Celaya (“la poesía es un arma cargada de futuro”), se hizo, en efecto, aquella modesta, inmensa revolución de los cantautores, que peinaba las calles, las plazas, teatros y paraninfos. En Para vosotros, jóvenes (RNE), Carlos Tena, José Antonio Pardellas y unos servidores trajimos a Lluis Llach entre otros, y la autoridad competente le prohibió el recital en el Guimerá. Fernández Caldas, que era un rector insobornable, dimitió al invadir la policía el campus universitario para acallar al compositor de L’ Estaca. Eran trenzas diarias de combate social, político y cultural. Saavedra y los profesores clandestinos tensaban la cuerda desde el Colegio Mayor San Fernando. Uno de aquellos días terminales del régimen cayó muerto Javier Fernández Quesada, en las puertas de la Universidad, por disparos de un guardia civil que perdió la cabeza. Habíamos creado, espontáneamente, una red contestaría de voces y guitarras. Juvenal, Pepe Paco y Suso Junco, Pueblo Tanco, Ángel Cuenca, Pluma y Voz, Palo… Cubríamos las islas de ríos de música popular. El movimiento, al calor de la Nueva Trova Cubana, se llamó Nueva Canción Popular Canaria, con reflujos de la nova cançó y otras primas hermanas en el mapa que pedía autonomía. Estaban todos, con los poetas, los estudiantes, los docentes y los obreros, alzados en la primavera española de los 70. Los Sabandeños, camino ahora de medio siglo, eran los grandes consagrados codo con codo con los más jóvenes. En las postrimerías, asomó su tímida voz Pedro Guerra casi niño y no tardó en cristalizar el Taller Canario, bajo las alas del Centro de la Cultura Popular Canaria. En toda aquella emoción musical y literaria, Taburiente despertó el interés de los sellos discográficos nacionales. Una noche, Martín Chirino nos llevó a todos a su casa en Madrid a prolongar la tertulia sobre el mismo tema. El tema de Nuevo Cauce y Ach Guañac. La libertad. Taburiente reedita ahora mismo el regreso de aquellos discos iconos. Y Senante abrió el sábado en Santa Cruz el pub de los poetas vivos y cantantes que doblan el pulso a la crisis, Don d’ Caco. El hábitat de la gaviota que vuelve.
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