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Épico Mas – Por Juan Manuel Bethencourt

El telediario vendía el pasado martes un billete gratis hacia la preocupación. Nuestra democracia discute sobre las legitimidades, parece que contradictorias, entre el Congreso de los Diputados y la calle (mejor dicho, parte de ella), exhausta por las consecuencias de una política económica que simplemente no funciona, porque solamente genera desconfianza, dispara la inequidad de recursos y oportunidades para, al final, no obtener ni el sacrosanto objetivo del déficit público, como demuestran los últimos datos. En semejante contexto, la tentación de la huida resulta poderosa. Es lo que ha debido pensar el presidente de la Generalitat catalana, Artur Mas, que el mismo día, en sede parlamentaria, anunció elecciones para abrir lo que definió como el proceso político más importante de Cataluña “en los últimos trescientos años”. Es potente la tentación historicista cuando se acercan los pulsos políticos de envergadura. Tras una malsana sucesión de recortes de la mano del profesor Mas-Colell, su consejero de Economía, el presidente catalán ha descubierto que la receta del crecimiento tampoco está en la austeridad, sino en el pacto fiscal primero (el modelo vasco, acaso el pecado original de nuestra democracia, imposible de generalizar) y en la independencia después, bajo el criterio, vana esperanza, creo, de que si se abandona España se termina la crisis. Es un señuelo con gancho, y más aún si se ve acompañado por las resonancias épicas que aluden a ese caballero capaz de derrotar al dragón, tan propias de la mitología sociológica catalana. En este sentido, hay que admitir que Artur Mas actúa con notable astucia táctica, al presentarse como un San Jorge llamado a una misión sagrada, que quiere culminar un proceso y luego desaparecer para siempre ungido en santidad. Claro que es preciso preguntarse si con apelaciones semejantes se hace camino en este mundo globalizado. España, y su pluralidad negada por esa derecha anticatalana que alimenta a su vez el independentismo, tiene recetas a su alcance. Una de ellas, quizá no la única pero sí la mejor, es un federalismo capaz de integrar de la diversidad, pero que concede a todos el mismo rango en la mesa de las autonomías. Esto, que además es lo que conviene a Canarias, por cierto, resulta duro de tragar por los nacionalismos catalán y vasco, pero es el camino que más se parece a la sociedad española actual. Los alemanes lo tomaron en su momento, y, miren, eso es algo que sí podríamos imitar de ellos.

@JMBethencourt