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Gente que se va > Jorge Bethencourt

En diciembre de 2005, Esperanza Aguirre se pegó una torta impresionante junto a Mariano Rajoy, cuando cayó un helicóptero que intentaba despegar de la plaza de toros de Móstoles, la ciudad de las empanadillas de Martes y Trece. Rajoy se fracturó un dedo y Aguirre salió ilesa.

Parece que la experiencia la marcó. Tanto como para haber decidido que esta vez no se va a deslomar en el vertiginoso descenso hacia los abismos que ha emprendido el presidente heredero de una bancarrota y un naufragio irremediable.

Aguirre es un personaje que se ha hecho a sí mismo. Fue una ministra de la que se hacían chistes fáciles, como de Fernando Morán, en los que aparecía como una cándida paleta ignorante. Pero nada más lejos de la realidad. Desde la presidencia del Senado saltó a la batalla por Madrid y se convirtió en una presidenta carismática, de perfiles acerados.

De todos los políticos del PP, tal vez sea Aguirre la que peor digestión pueda hacer de las concesiones de Rajoy a la realidad. El recurso del incremento de la fiscalidad a las rentas del trabajo y al consumo no tiene cabida en el catecismo liberal de Aguirre, que ha defendido a capa y espada la demolición de la gigantesca estructura de las administraciones públicas, la recentralización de competencias que las autonomías no sean capaces de dar en condiciones de eficiencia y la no exclusividad de la administración en la prestación de servicios públicos que pueden ser realizados por empresas privadas con menos costos.

Nadie sabe, a día de hoy, las razones por las que se marcha. Siendo este país tan de forenses, hay quienes presumen de poder explicar lo que no sabían ayer. Sin descartar que existan razones personales, es tentador pensar que la líder del PP no se siente cómoda en un partido cuyo Gobierno está aplicando medidas y recetas muy poco liberales para salir de la crisis. Muchos creyeron que los conservadores españoles harían una apuesta por el mercado y la economía para sacarnos del atolladero. Pero las urgencias del Gobierno les han llevado por los derroteros de pensar más en las cuentas públicas que en las economías familiares, en las administraciones que en las empresas. Algo que en la genética de un liberal debe actuar como ácido sulfúrico.

Aunque las razones sean otras y privadas, el “me voy” de Aguirre -que como última maldad ejerció anulando una entrevista de estado de Rubalcaba- tiene la estética de un suave portazo a su partido. Igual Santiago Carrillo se fue ayer pensando lo mismo. Que el helicóptero se la va a pegar. Y que, cuarenta años después, aquellas lluvias de libertad han terminado en estos extraños lodos de intolerancia.

@JLBethencourt