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Gian Lorenzo Bernini – Por Luis Ortega

Su asociación a las facetas más suntuosas y arriesgadas del barroco se rompió por un momento ante la maqueta en terracota, que le sirvió como patrón para una de sus obras más excelsas: El éxtasis de Santa Teresa, que se custodia en la capilla Cornaro, también construida por él en la iglesia romana de Santa María della Vittoria. La sorprendente selección de obras del Hermitage – ciento sesenta piezas de todas las técnicas desde el Renacimiento – que se han mostrado en los últimos meses en el Prado, mediante acuerdo de colaboración entre ambos museos, nos acercó a telas de Tiziano, Caravaggio, Durero, Wateau, Ribera, Velázquez, Rubens, Van Dick, dos extraordinarios Rembrandt – Retrato de un estudioso y Caída de Hamán, Canova, los neoclásicos, las distintas corrientes decimonónicas, los grandes nombres del impresionismo y maestros de las vanguardias de entreguerras como Matisse y Picasso. En un recorrido sin prisa, en una hora intempestiva para turistas y residentes, disfruté con El tañedor de laúd caravaggiesco y, sobremanera, con el barro del napolitano Gian Lorenzo Bernini (1598-1680) que, frente a la pulida perfección de la obra final, a su cuidado ornamental y efectista – “el arte es ilusión y trampa” – revela unas claves de realismo conmovedores que da más crédito al misticismo de la santa abulense. Máxima figura del barroco italiano, fue responsable de las más relevantes aportaciones del siglo XVII a la Basílica de San Pedro, desde la impresionante plaza, una columnata ovalada de singular valor simbólico, la Escala Regia y, ya en el interior, el majestuoso baldaquino de bronce, la Cátedra de San Pedro, los sepulcros de Urbano VIII y Alejandro VII, exquisitas fusiones de mármol y bronce que, en la frontera del exceso, glorifican el estilo; tampoco fue ajeno al arte civil , como las fuentes de Los cuatro ríos, La Barcaccia, en la plaza de España, y El Tritón y del Elefante Obeliscoforo, que adorna la plaza de Santa María supra Minerva y el Palacio Barberini. Pero, en su impresionante producción, patrocinada por la Iglesia y los nobles y banqueros romanos, no habíamos encontrado, hasta la fecha, un gesto de complicidad hacia los futuros caminos del arte; lo descubrimos en la terracota, porque acaso la modestia del material, permitió liberar el arrebato espiritual de la enamorada de Dios – Teresa de Jesús y Jesús – de gestos catequéticos e insuflarle un aliento de realismo, de naturalidad, que procura una belleza nueva y un sustantivo avance en la representación de la realidad.