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Independencia > Alfonso González Jerez

No veo yo al señor Artur Mas asomándose al balcón pasado mañana para proclamar, como un Lluís Companys redivido, el Estado catalán dentro (o fuera) del Reino de España. Ni pasado. Ni la próxima semana. Lo más probable es que el señor Artur Mas convoque elecciones para finales de noviembre o principios de diciembre. Tal opción, desde un punto de vista, digamos, operativo, denota cierta irresponsabilidad: dentro de quince o veinte días Cataluña tendrá un Gobierno meramente de gestión. Los presupuestos generales de la Generalitat deberían ser prorrogados. La ventaja, para el señor Mas y su partido, CiU, es que durante un par de meses no deberán apretar más el muy sufrido cogote del ciudadano catalán. La independencia: un gran invento. A partir de la multitudinaria manifestación de la Diada se ha convertido en una convicción instantánea que Cataluña – esa señora oronda que tiene un puesto de pescado en la Boquería y que, acabada la jornada, echa el cierre, se pone sus mejores galas y se va al Liceu- está a favor de un proyecto independentista. Lo dijo el propio señor Mas a la salida de su frustrante entrevista con Mariano Rajoy: “Nos ofrecen lo de siempre, la misma película que en los últimos treinta años”. A mí se me antoja una declaración francamente impresionante por parte del máxime responsable político de una comunidad que, a lo largo de los últimos treinta años, ha alcanzado la mayor cota de autogobierno de su historia.

“Miren lo que hicieron con el Estatut del 2006”, comentó hace pocos días el señor Mas en una entrevista. El Estatuto, esa joya que el propio Mas afiligranó con Rodríguez Zapatero en una extensa entrevista en La Moncloa, fue votado el 18 de mayo de 2006, y la participación apenas llegó al 48,85% de los electores censados. Más de la mitad de los catalanes se quedaron tranquilamente en su casa. No pareció una jornada heroica, no, ni siquiera a contraluz de la sentencia del Tribunal Constitucional, que por supuesto, se ha olvidado totalmente, porque qué jodido respeto merece el Tribunal Constitucional si los celosos guardianes del Volksgeist – que son, curiosamente, los mismos que muñen los presupuestos públicos – se sienten brutalmente agraviados. El señor Mas llamará al pacto fiscal fistro duodenal y lo defenderá como la nueva frontera en la larga marcha de Cataluña por su libertad, porque lo que importa es la libertad de Cataluña, no los hospitales cerrados, las escuelas misérrimas, los salarios de esclavitud, la desertización empresarial y una administración de grandeur gaullista. Desde chico leo y me conmueve una canción de Salvador Espriú; Cataluña, Canarias, da igual: “Oh, que cansac estic de la meva covarda / vella, tan salvatge terra, / i con m’gradaría d’allumyar-me’m / nord enll’a, on dicen que la gent és neta, / i noble, cultura, rica, lliure, / desvetllada i feliç. / Alesmores a la congregació, els germans dirien desaprovant: / “Com l’ocell que deixa el niu, / Aixa l’home que abandona el seu indret”, mentre jo ja ben lluny, em riuira. De la llei de l’antiga saviesa / d’quest meu àrid poble. / Però no he de seguir mai el meu somni, i em quedaré aquí fins a la mort, / car sóc també molt cobrad i salvatge, / i estimo a més amb un desesperat dolor / aquesta meva pobra, / bruta, triste, dissortada pàtria”.

@AlfonsoGonzlezJ