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José Bretón > Luis Ortega

Con el socorrido amparo de la presunción de inocencia -usado con exceso por el defensor, que, en interés del cliente, acude a todos los medios a su alcance, y por colegas, movidos por razones menos claras de cuidar a sus fuentes en un error de bulto que contaminó el proceso- entra aquí un personaje detestable, afrentosa excepción de la inmensa mayoría ciudadana que, por numerosas razones, admiramos.

José Bretón, un biotipo que salta de la chulería a la falsa humildad y que, tras nueve meses de prisión preventiva -por precaución de Instituciones Penitenciarias que temen las reglas no escritas de los comunes con los criminales abominables- se perfila como un parricida con todos los agravantes imaginables; sigue firme en su negativa de la muerte de sus hijos Ruth (seis años) y José (dos) y de su cremación en una pira remarcada por bloques, entre despojos de animales y matojos, con abundante combustible, y cubiertos con una plancha metálica para aumentar la temperatura de la combustión. El famoso caso, empantanado en la negativa de este sujeto menguado y de mirada huidiza, que responde con el aplomo del delincuente amoral a las pruebas y diligencias practicadas, dio un giro copernicano con el informe de dos científicos, que desmontan el elaborado por la policía científica y tomado como base de las investigaciones posteriores en la triste y famosa finca de Las Quemadillas. La familia de Ruth Ortiz, madre de los pequeños, obtuvo permiso de la policía y del juez instructor para encargar otro estudio de los restos calcinados al profesor de Medicina Legal del País Vasco, Francisco Etxeberria, que determinó que los restos pertenecían a “seres humanos inmaduros”. Ante esta contradicción, se encargó otro nuevo informe al prestigioso antropólogo Bermúdez de Castro que ratificó las tesis de su colega e identificó materia ósea de un niño de seis años, “con un margen de error de más o menos cuarenta y tres días”. La última posibilidad que le queda al implacable parricida es que las altas temperaturas imposibiliten los análisis de ADN. Ojalá que los expertos -de absoluta credibilidad- erradiquen la costosa equivocación del primer análisis y que el nuevo secreto sumarial, impuesto por el instructor, sea respetado, en primer lugar, por su locuaz abogado que nos cuenta, después de cada entrevista con este homicida, según todos los indicios, su tranquilidad de ánimo y cínica reivindicación de inocencia.