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José María Ruiz Mateos > Luis Ortega

A caso por las altas temperaturas, la semana enseñó un ramillete de personajes y comportamientos humanos con gozosas novedades y pertinaces canalladas de un redomado embaucador que oculta tras su añejo descaro una ristra de presuntos estafadores de sus mismos apellidos, presentes cuando estalló la Nueva Rumasa y hoy desaparecidos en combate. El veterano pícaro no tuvo más narices que, tras su detención por la policía, en su chalet de Somosaguas, de comparecer ante la juez de Palma de Mallorca María Pascual y, como era previsible, acogerse a su derecho de no declarar. La magistrada, a la que el cínico jerezano dedicó una sarta de lindezas, señaló que, “por razones humanitarias y dada la edad de Ruiz Mateos, saliera en libertad con la obligación de acudir a declarar en otro momento”. Por simple comodidad me niego a seguir las distintas secuencias del sainete que este Tartufo sin gracia nos tiene preparados y nos recuerdan una frase lapidaria de un paisano suyo -Pedro Pacheco, que fuera alcalde de Jerez- cuando dijo que “la justicia es un cachondeo”. Esta familia numerosa, de comunión diaria y presunción de donaciones generosas al Opus Dei, entre otras entidades piadosas, volvió a vender duros a cuatro pesetas y, como la primera vez, encontró ambiciosos incautos que cayeron en la trampa. Todo esto mientras el patriarca que, según dicen, padece Parkinson, proclama su amor a la virgen María y anuncia que vivirá para pagar su incalculable deuda. No me produce ninguna satisfacción ver a un anciano, chulo y sobrado, en la cárcel, pero me intranquiliza el diario espectáculo de los desahucios, ejecutados con rapidez y contundencia, sobre las víctimas comunes de la crisis, mientras que los señoritos del timo viven tranquilamente en sus mansiones de los barrios caros y la lenta justicia no ve alterado su pulso ante una estafa repetida con insultante simetría. El holding fraudulento ya fue vendido, según varios medios, a un liquidador de empresas, a un sepulturero de ahorros ajenos y el dinero, como siempre y con todos los lajas de guante blanco, no aparecerá, porque está a buen recaudo en paraísos fiscales o enormes calcetines. Si con la que está cayendo el poder judicial y, en la medida que le toca, el ejecutivo, no son capaces de sustanciar y juzgar las responsabilidades por los escándalos económicos conocidos y, por supuesto, recuperar el producto de las chorizadas, “será cosa -como decía el inolvidable Miguel Gila- de cambiar de país”.