Julian Assange – Por Luis Aguilera

Florecen ciruelos y durazneros en esta parte del mundo. Comienzan a reventar las rosas saturadas de color frente a las casas. Anticipada primavera. Fue un invierno benigno, con pocos días bajo cero. Los domingos nos seguimos reuniendo alrededor del asadito, se tocan canciones y se discute de política. Y mientras aquí comenzamos a desabrigarnos, en Canarias terminan las vacaciones y se está de vuelta al curro. Quizá sol y playa no hayan sido suficientes para escapar de la crisis pero estos días sin horarios habrán regalado tiempo para disfrutar de los críos, para compartir con los amigos o para echarse esa cana al aire del verano. En definitiva, el mundo ha seguido y sigue su curso para todos. Pero mientras esto ocurre, parece ser que ya somos inexorablemente rehenes del poder omnipresente presentido en la novela de Orwell o en el Gran Hermano de Wells. Esta semana, en la cada vez más universal TeleSur, su atildado periodista Gestoso le ha hecho una prolongada entrevista al WikiLeaks Julian Assange, en su asilo ecuatoriano de Londres. Empezó por aclarar que su sexy-problema con la justicia sueca es no haber usado preservativo, en nada equivalente al tozudo empeño de presentarlo como monstruoso violador. Se deduce, entonces, que la legislación sueca contempla como crimen merecedor de extradición que a sus inocentes damas se les haga el amor al natural y las exonera de que al momento de consentir una relación no le miren el pirulo a su amador a ver si lo usa o no lo usa. Crimen que Inglaterra también supone más grave que los más de tres mil torturados, muertos y desaparecidos que no alcanzaron a ser suficiente causa para extraditar a Pinochet. Pero además de esta explicación y de demostrar cuántos en Estados Unidos han proclamado su vehemente y patriótico deseo de verlo muerto o consignado en ese lugar sin ley que se llama Guantánamo, Assange prefirió no gastar tiempo en su defensa sino en alertarnos sobre cómo todos estamos siendo almacenados y vigilados, seguidos y perseguidos por empresas privadas que nos rastrean y clasifican cada vez que utilizamos los artilugios y las posibilidades de las nuevas tecnologías. Y son empresas privadas para eludir lo que a un Estado no le está permitido, como espiar a sus ciudadanos. Los mensajes y conversaciones desde un móvil, la pertenencia a una red social, los chats, los emails y hasta las visitas a las web son capturados, procesados y asociados por estos cibervigilantes que a su vez poseen sofisticados equipos de rastreo y simpatías binarias. Este artículo, que es enviado por Internet, seguramente haga saltar algún código por el solo hecho de mencionar a Assange. Gracias Assange por hacérnoslo saber.