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Llovió en Santa Cruz > Conrado Flores

Llovió en Santa Cruz. Así, como en un titular de sucesos. Ocurrió el jueves, ante los incrédulos ojos de los habitantes de la capital. Lo primero que hice al subirme al coche en el garaje fue comprobar si funcionaban los parabrisas o si se habrían quedado pegados al cristal por el desuso. En la calle, como si se tratara de una estampa de Bombay o Singapur, la gente caminaba bajo la lluvia en camiseta, sin paraguas, alegre y despreocupada, como en un anuncio de Seven Up. Porque la lluvia del pasado jueves trajo agua pero no frío y a nadie se le pasó por la cabeza sacar el suéter del armario. Yo mismo, sin ir más lejos, no sé ni dónde debe de andar mi paraguas.

Iba conduciendo con la precaución del canario en día de lluvia, esa que te hace reducir la velocidad a 30 Km/h desde que el suelo se pone un poco húmedo. Y en una esquina, mientras esperaba para cruzar la calzada junto a su madre, una niña jugaba a meter la punta del zapato dentro de un charco. Parecía divertirse con aquello del agua que caía del cielo. Poco después, en el trabajo, todos parecíamos idiotas. No se hablaba de otra cosa. Durante la jornada nunca vi a tanta gente mirando por la ventana, alelada. Había alguno que hasta se desilusionó tras saber que la tormenta Nadine, esa que si llega a pasar por las islas nos traga por un sumidero, se alejaba de Canarias hacia el oeste como bailando la Yenka: izquierda, izquierda, derecha, derecha, adelante y atrás. Tampoco le culpo por desear el fin del mundo. Porque cuando uno desea algo de verdad lo desea con fiereza y la gente deseaba la lluvia como el pan del cielo que Yahveh envió al pueblo de Israel en su ruta por el desierto. La gente deseaba una jartada de lluvia y daba igual como se llamase, si el Nadine, si el Apocalipsis o el chipi chipi.

Uno se pregunta cómo todavía queda verde en estas islas de cholas, bermudas y camisilla. Realmente no recordaba el tiempo que hacía que no llovía hasta que escuché a un niño decir a su padre: “¡Mirá papá, está lloviendo!”. Me imaginé a un niño islandés celebrando del mismo modo la salida del sol. Pero si crees que tras lo del jueves ha comenzado un otoño de verdad te equivocas. Unos dicen que es el cambio climático, otros dicen que el fin del mundo, y los viejos nos recuerdan que no hemos visto lo que es llover y que esto, antes, era todo plataneras.