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Malí > Francisco Pomares

Coincidiendo con las protestas y algaradas en el norte de África en respuesta a un vídeo irreverente y antimusulmán realizado por los fundamentalistas cristianos, el ministro García-Margallo ha manifestado su preocupación por que el radicalismo islámico pueda llegar a crear un estado propio en la república de Mali. García-Margallo ha recordado que Al Qaeda no pudo lograrlo en Somalia ni en Afganistán (de hecho sí lo logró, pero se les expulsó por las armas), y ha pedido un mayor esfuerzo y compromiso de la Unión Europea para evitar la desestabilización del Sahara y el Sahel. Margallo ha dado alguna vuelta de tuerca más, recordando la proximidad de las islas a Mali (Mali está a la misma distancia de Canarias que Sevilla, por ejemplo) y la noticia -que debería haberse movido en las coordenadas de un comentario sobre la necesidad de tolerancia y moderación en las relaciones internacionales, en la línea de lo manifestado el miércoles por el secretario Ban Ki-moon en la apertura de las sesiones de Naciones Unidas-, pues se ha trasformado en asunto del día en los medios canarios.

Mali es un país enorme con una bajísima densidad poblacional. En el norte, en un gigantesco triángulo situado entre Argelia y Mauritania -más desértico aún y menos poblado que el resto del país- operan desde la descolonización grupos incontrolados de bandidos y yihadistas- a los que desde hace una década se identifica con el terrorismo fronterizo de Al Qaeda en el Magreb. Son los mismos grupos que han creado problemas a la colaboración española en Mauritania. En junio de este año, el Movimiento para la Unicidad y la Yihad en África Occidental, de Ansar Dine, tras romper con los grupos Tuareg que le apoyaban, proclamo el control de todo el norte. Pero hablar de control territorial o de autoridad política en una región tan pobre y extensa es una exageración propagandística. De hecho, el norte de Mali -hasta casi la altura de la vieja capital imperial de Tombuctú- es en la práctica un territorio de nadie en el que apenas vive el ocho por ciento de la población, lejos de rutas comerciales, lejos del petróleo, sin salida al mar y con muy escasa importancia estratégica.

No se trata de quitarle valor a las preocupaciones de García-Margallo ante la posibilidad de un estado salafista en el sur del Magreb. Pero no parece -desde luego- una amenaza cercana para Canarias. Tampoco para Ceuta y Melilla. No quiero parecer un inconsciente o un demagogo, pero mucho más preocupante que la supuesta proximidad de Mali se me antoja la cercanía a esa cifra insostenible de seis millones de parados, que la patronal española considera ya inevitable. Ése si que es un verdadero riesgo.