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En el recuerdo de las últimas olimpiadas, con apertura y clausura en las pautas del más crudo y duro ombliguismo británico, con aciertos estéticos y reiteraciones innecesarias, quedan la discreta participación española que, de menos a más, y con el incuestionable fracaso del atletismo -ante un Odriozola tan remiso a dimitir, como Villar “al frente del furgo español”- y, por encima de todos, la consagración, en la trigésima edición de los Juegos Olímpicos de Verano, del mejor deportista de todos los tiempos. Londres guardará esa efeméride y el saldo de unas magníficas instalaciones, una mediocre participación de público que, por vergüenza torera, obligó a reclutamientos masivos entre miembros de las Fuerzas Armadas y alumnos de los centros docentes. En el capítulo español, una mención especial para la jovencísima nadadora Mireia Belmonte (1991), del Club Natación Sabadell, que alcanzó dos medallas de plata y fue la estrella de una delegación amplia y, por un fomentado prurito, crecida en los previos y curada de humildad en la competición, empezando por el deporte rey, donde La Rojita -estos son los riesgos de las adjetivaciones- cayó en la primera fase en uno de los grupos más fáciles de la convocatoria. El éxito arrollador de Michael Phelps (1984), que, con veintidós medallas -dieciocho de oro, dos de plata y dos de bronce-, rompió las reticencias de algunos pejigueras que, desde el comienzo, pusieron pegas a sus facultades, a su estado de forma y a su instinto ganador. Quienes apostaron en contra se quedaron con un palmo de narices y Shark Phelps, en una inteligente decisión, anunció su retirada de la alta competición, “con sólo veintiocho años y en plena madurez atlética y personal”. Criticado duramente por la publicación de una fotografía en la que aparecía fumando marihuana, ahora ha regresado a su estatus de héroe nacional, ahora le llueven las ofertas para la publicación de sus memorias, para encabezar campañas publicitarias de productos alimentarios y vida sana. Finalmente puede presumir de continuar las aventuras de un personaje capital en el imaginario norteamericano y mundial: ochenta años después de realizar la primera película de la exitosa serie del hombre de la selva; Phelps podría repetir la aventura, hasta ahora no repetida, de Johnny Weismuller (1904-1984), y pasar de la piscina al celuloide en una versión de las aventuras del mítico Tarzán del Tercer Milenio.