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El mundo ha cambiado: ¿y nosotros? > Antonio J. Olivera Herrera

El mundo ha cambiado. Con esta simple frase comienza la versión cinematográfica de El Señor de los Anillos, palabras pronunciadas por Galadriel, el personaje élfico de más alto rango de la Tierra Media durante el periodo en el que la historia que cuenta el libro transcurre. Y con ella se refiere al tránsito de la Tercera a la Cuarta Edad en la Tierra Media, lo que en la mitología de Tolkien venía a representar nuestro mundo.

Esta asociación me viene siempre a la mente, por algún extraño motivo, cuando, hablando de la crisis, pronunció precisamente esa simple frase: el mundo ha cambiado. Pero detrás de la sencillez de cuatro palabras se encuentra una realidad que no a todos les ha sido desvelada y que no todos han comprendido.

Me maravilla aún encontrarme a personas que esperan a que la crisis escampe y todo vuelva a ser cuanto antes. Viven al refugio de una esperanza: el no cambio, el tránsito de una situación pasajera. Podrá durar dos años, tres años o cuatro, pero, cuando esto pase, volverá ser como antes. Todavía me lo plantean o me lo recuerdan y es en ese momento en el que les digo que se olviden, pues el mundo ya no es ni será lo que era.

Este cambio no es reciente, no obstante. No es fruto de la crisis, ni provocado por el pinchazo de la burbuja inmobiliaria. No, es un cambio que se venía cocinando desde hace 10-15 años, y que involucra la suma de varias macrotendencias de fondo que afectan a la forma que comprendemos actualmente la economía. La aparición de los países emergentes como actores de relevancia global, el florecimiento y rápido crecimiento de nuevas tecnologías, los cambios geopolíticos… han sido el caldo de cultivo en el que ha crecido un entorno económico mundial diferente, al que ahora deberemos adaptarnos.

Si en algo contribuyó la burbuja inmobiliaria fue precisamente a que no fuéramos conscientes de la existencia de dicho cambio y a que viviéramos en un mundo aislado de lo que ocurría fuera. Ahora nos toca recuperarnos, no sólo del batacazo inmobiliario y financiero asociado a éste, sino que debemos recuperar el terreno perdido de años atrás. Para ello habrá que dar una serie de pasos necesarios, cuestión que ya ha hecho, por cierto, Alemania.

Para entender el motivo fundamental de este cambio debemos tener en cuenta que la economía española estuvo hasta hace relativamente pocos años inmersa en un proceso de crecimiento acelerado basado en la imitación. A principios de los sesenta se inició un viaje a la modernidad y al progreso que se cimentó en copiar tecnologías maduras de las economías más avanzadas y replicarlas y producir a precios más reducidos. Esto nos dio un espacio y un nicho de mercado en la economía mundial y situó a España entre las economías mundiales que más espectacularmente crecieron hasta los años noventa, junto a Japón y otras economías asiáticas.

Sin embargo, los modelos de crecimiento fundamentados en la imitación tienen fecha de caducidad. Una vez que la economía se sitúa en la frontera mundial del conocimiento, a la que se ha ido acercando progresivamente a través de la imitación, se genera un estancamiento que sólo puede ser solventado si dicha economía es capaz de activar el otro motor del crecimiento: la innovación.

Otras economías, además de la española, se han visto atrapadas y han sido incapaces de generar ese cambio de modelo hacia la innovación. Un buen ejemplo lo constituye Japón, a la que antes nombrábamos precisamente. Y es que el tránsito de un modelo a otro no es automático ni inmediato, porque las estructuras y los fundamentos que son importantes para crecer imitando no son nada útiles para crecer innovando.

¿Qué ocurre cuando economías como China, India, Rusia o Brasil se convierten en mejores imitadores que tú? La respuesta está clara: que no hay futuro dentro del modelo de crecimiento imitador y se hace totalmente imprescindible dar el salto a la innovación. No es una elección; es una decisión de supervivencia. O se genera el cambio o se camina hacia una dulce decadencia.

Y dicho cambio requiere de variaciones relevantes en la forma de organizar la economía: a) en las normas de competencia, b) en la forma en que se organizan las relaciones laborales, c) en las opciones que existen para financiar los negocios y d) en la cualificación que es relevante para la población.
Son cambios que requieren la ruptura de tendencias anteriores, que encaminan a los ciudadanos hacia una necesidad de vida proactiva, en la que el conocimiento se vuelve cada vez más relevante y el emprendimiento no es una opción: es la única vía. Pero esto no se logra a través de reales decretos; debe ser interiorizado por la población, porque ante todo es un cambio actitudinal. Un refuerzo del ciudadano activo frente al pasivo.

Aquellos negocios que no comprendan que el mundo ha cambiado no sobrevivirán a esta crisis. Deben cambiar, mutar, diferenciarse y mejorar. Los trabajadores deberán desarrollar una enorme capacidad para impulsar iniciativas y para que, cuando no es posible hacer el trabajo para otros, tengan que depender de sí mismos. Fuera de estas premisas no hay futuro, porque ya nada es igual. Pero hay esperanza, siempre hay esperanza, porque dependemos de nosotros mismos. De nuestra capacidad de interiorizar los cambios. De que se fomenten y refuercen los mecanismos necesarios desde la Administración pública para incentivar este tipo de conductas. De que la población asuma que no se puede depender de terceros, sino que tu vida sólo depende y debe depender de ti mismo.

Desde los gobiernos nacionales, regionales y locales se deben enviar las señales adecuadas, y los ciudadanos deben comprender que éste es el nuevo escenario. Agarrarse al pasado sólo hará más fuerte la intensidad de la caída. Destrucción creativa, que así lo llamaba Schumpeter: lo nuevo sustituye a lo viejo y lo mejora. Lo viejo se renueva o muere. Esto no es otra cuestión que innovación. Y no se dejen confundir: no es importante lo que se hace, sino cómo se hace. Se puede innovar en cualquier empresa, por pequeña que sea, por tradicional que sea; lo relevante es que, hagas lo que hagas, no sigas haciendo lo mismo.

Que no quepa duda: lo pasado ya no sirve porque el mundo ha cambiado. La gran pregunta clave es: ¿hemos cambiado nosotros?

Antonio J. Olivera Herrera es Doctor en Economía