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Neil Armstrong > Luis Ortega

En su última comparecencia filmada fue especialmente crítico con la comisión del Senado, encargada de los asuntos espaciales, con la NASA y, por ende, con la administración Obama. El primer hombre que pisó la Luna nunca tuvo pelos en la lengua y, durante un agasajo ofrecido por el Congreso con motivo de su ochenta aniversario, espetó a sus sorprendidos anfitriones: “No podemos vender ilusiones y luego, por razones económicas o estratégicas, defraudar a quienes nos creyeron. No se puede justificar que, desde hace cuatro décadas, no hayamos avanzado en un programa donde nuestra nación alcanzó un liderazgo científico para la paz. Humildemente, les advierto que, si nosotros no afrontamos ese reto, serán otros los que lo hagan en nuestro lugar”. Fue el primer firmante contra el recorte de presupuestos de la Agencia Espacial, y afeó al primer presidente afroamericano una decisión que acabaría “pasándole factura”. No volvió a hacer declaraciones y declinó las invitaciones en celebraciones públicas, en convenciones políticas y en foros universitarios; su proverbial discreción se convirtió en hermetismo. Sus salidas se limitaron a acudir siempre al mismo restaurante, en compañía de su esposa y, ahora, a una noticia de agencia que anunció la necesidad de implantarle un baipás. Neil Armstrong (1930-2012) falleció a consecuencia de las complicaciones aparecidas tras esa operación cardíaca. Desde el 20 de julio de 1969, y como comandante de la misión Apolo XI, se había ganado un puesto en la historia y una frase breve y feliz -“Un pequeño paso para el hombre pero un gran salto para la humanidad”- reveló su orgullo patriótico, en los últimos años, disminuido por “la falta de ambición de Estados Unidos en la carrera iniciada en los años sesenta del pasado siglo”. Durante tres horas y, junto a su amigo Edwin Aldrin, paseó por nuestro satélite para realizar experimentos y tomar fotografías. El alunizaje fue presenciado por seiscientos millones de espectadores de todo el mundo y marcó un hito en la crónica de las comunicaciones. Como era previsible, salieron detractores de la gesta que, con varios y pintorescos argumentos, la presentaron como una alambicada operación cinematográfica y política. Hoy, solo quedan algunos obstinados en negar la evidencia y su protagonista central, poco dado a la publicidad, recibió condecoraciones en diecisiete países y defendió, sin el éxito deseable, la continuidad de las inversiones para conocer “más y mejor el universo al que pertenecemos”.